BLOG DE MUSICA ▶️ BUSCAR TU MÚSICA Y ARTISTA-GRUPO ▶️ SEARCH YOUR MUSIC AND ARTIST-BAND

GEESE - Getting Killed - Album

A veces te encuentras un disco que no encaja en ninguna expectativa previa. No llega para confirmar lo que ya sabías sobre una banda y tampoco para repetirse, sino para obligarte a escuchar de otra manera. Así es con "Getting Killed" de Geese, un álbum que no pide permiso para ser extraño, intenso y cambiante. Lo descubrí sin buscarlo y terminó capturándome por su honestidad cruda, por su manera de abrazar el caos sin perder nunca la dirección. Ese desconcierto inicial, lejos de alejarme, me llevó a querer entender de dónde salía un disco así y por qué sonaba tan vivo. De esa necesidad nace este post, una invitación a adentrarse en un trabajo que descoloca y fascina a partes iguales.


ALBUM: Getting Killed


Este álbum no busca ser elegante ni redondo, sino mostrar sin filtros lo que pasa por dentro. "Getting Killed", el nuevo álbum de Geese, entra exactamente en esa categoría. Desde el primer minuto deja claro que la banda ha decidido tensar todas sus costuras y abrir un espacio nuevo dentro del rock alternativo contemporáneo, un espacio donde el caos convive con la belleza y donde cada canción parece al borde del colapso, pero nunca pierde el control del todo. Ese desajuste deliberado es, paradójicamente, lo que hace que el álbum funcione.

GEESE - Getting Killed - Album (2025)

Cómo nació un álbum:


Para entender "Getting Killed", conviene mirar el contexto que lo originó. Geese llegaban de un cambio importante: la salida de su guitarrista fundador, Foster Hudson, a finales de 2023. El grupo, que arrancó como un quinteto de adolescentes ambiciosos, se quedó en cuarteto, con Cameron Winter asumiendo más peso en las guitarras y con Emily Green, Dominic DiGesu y Max Bassin obligados a redefinir su manera de crear juntos.

En paralelo, Winter había sorprendido a todos con su disco en solitario, Heavy Metal, que salió en diciembre de 2024 sin grandes expectativas y acabó convirtiéndose en un pequeño fenómeno crítico. Ese "accidente" de éxito le dio una confianza inesperada y, según él mismo ha contado, la libertad para plantear "Getting Killed" como un álbum más ruidoso, más directo, más tenso. Como si necesitara demostrar que la vulnerabilidad íntima de su trabajo solista también podía convivir con el desorden eléctrico del grupo.

La llegada del productor "Kenny Beats" o Kenneth Blume, terminó de encender la mecha. Blume conoció al grupo casi por azar, se obsesionó con ellos, y al escuchar el proyecto en solitario de Winter entendió que había una lógica interna en ese caos que, de primeras, le parecía inabarcable. Su papel fue crucial: dejó respirar las imperfecciones, convirtió los errores en textura y empujó a la banda hacia un sonido más crudo y repetitivo, casi ritual.

Geese - banda

No es menor que gran parte del disco se grabara mientras Los Ángeles ardía por los incendios de invierno. La banda encerrada en un estudio aislado, improvisando largas sesiones mientras afuera todo ardía. Ese ambiente se nota. El álbum huele a humo, ansiedad y urgencia.


Un sonido entre lo caótico y lo adictivo:


Hablar del sonido de "Getting Killed" es aceptar que no pertenece a un único estilo. Si algo define a Geese es precisamente su incapacidad, voluntaria, para encajar en una etiqueta. Este álbum navega entre el art-rock, la energía del no wave, los grooves del soul y el funk, el vértigo del post-punk y hasta guiños al rock sureño que ya habían explorado en 3D Country, aunque aquí retorcidos hasta lo irreconocible.

La apertura con "Trinidad" es una bofetada deliciosa. La batería de Bassin funciona como un corazón acelerado, el bajo se retuerce como si intentara escapar de sí mismo y la guitarra de Green lanza chispazos que parecen nacer de un cortocircuito. La aparición vocal de JPEGMAFIA añade una intensidad que roza lo maniático. Winter alterna súplicas, graznidos y un tono a medio camino entre un predicador en crisis y un actor que se queda sin aire. Es un comienzo desconcertante y vibrante que deja claro que no habrá concesiones.

Después llega "Cobra", que actúa como un respiro luminoso. Aquí el grupo logra un equilibrio precioso entre la dulzura melódica y un pulso rítmico con aires de soul sesentero. Winter canta con una calidez inesperada que recuerda, por momentos, al primer Damon Albarn o incluso a Beirut en su manera pastoral de estirar las vocales.

"Husbands" demuestra otro registro: un canto extraño y contagioso, sostenido por una batería metronómica y guitarras sinuosas que podrían haber salido de un disco perdido de John Frusciante. Es un tema que arranca en una aparente sobriedad y termina convertido en un himno retorcido, casi espiritual.

En "100 Horses", uno de los grandes momentos del disco, el grupo abraza una estética bélica, casi cinematográfica. Winter canta desde la perspectiva de un general en tiempos de guerra, con frases que suenan inquietantemente contemporáneas. La canción combina funk oscuro, repetición hipnótica y un estribillo mentalmente corrosivo.

El álbum también se permite respiraciones íntimas, como "Au Pays du Cocaine", una balada frágil, casi transparente, donde Winter se deja llevar por una calma tensa. Es uno de los momentos donde más se nota la influencia emocional de su disco solista, esa vulnerabilidad que asoma entre las disonancias.

"Taxes", por su parte, es un híbrido perfecto entre desesperación y euforia. Es un tema que habla de culpa, de errores, de resentimiento propio, pero lo hace con un ritmo que podría encajar en un festival a plena luz del día. Es quizá el mejor ejemplo de esa dualidad que atraviesa todo el álbum: la alegría dentro de la tragedia.

Y el cierre, "Long Island City Here I Come", es una despedida contemplativa que crece como una ola. Winter lanza frases casi teatrales, entre lo profético y lo absurdo, mientras la banda construye un crescendo que parece no terminar nunca. Es un final que no ofrece respuestas, solo una sensación de movimiento constante. Esa frase repetida: "Nobody knows where they’re going except me", puede sonar arrogante o desesperada, pero sobre todo suena humana.


Ansiedad colectiva y el deseo de bailar:


Escuchar "Getting Killed" es aceptar que vivimos en un tiempo de contradicciones permanentes. Las canciones hablan de bombas, de miedo, de identidad líquida, de culpa, de guerra, pero también de amor, de celebración y de una rara forma de esperanza. Todo está teñido de humor oscuro, de ironía y de una teatralidad que nunca resulta forzada.

Geese consigue algo que no es habitual: reflejar la ansiedad contemporánea sin convertirse en un lamento monocromático. Hay angustia, sí, pero hay ritmo. Hay gritos, sí, pero también hay melodías luminosas. Es un disco lleno de vida, incluso cuando describe momentos de auténtico derrumbe emocional.

En cierto modo, "Getting Killed" captura mejor que muchos otros álbumes recientes esa sensación de vivir conectados a demasiadas pantallas, a demasiadas expectativas, a demasiados miedos que no sabemos gestionar. Es un disco que se mueve como una mente hiperestimulada, saltando entre ideas sin transición, pero encontrando conexiones secretas entre todas ellas.

Por qué mola:


Creo que "Getting Killed" funciona tan bien porque no pretende ofrecer verdades reveladoras ni grandes declaraciones generacionales. Funciona porque es honesto en su desorden y profundamente humano en su vulnerabilidad. La producción de Kenny Beats, tan presente como invisible, potencia esa autenticidad permitiendo que la banda respire, se equivoque, improvise y deje que la música se acerque a un estado casi ritual.

Geese ya no suenan como una banda joven buscando su identidad. Suenan como un grupo que ha aceptado que su identidad es precisamente el movimiento, la fuga, el no quedarse quietos en ningún sitio. Ese es, quizás, el mayor logro del disco: recordarnos que no hace falta encontrar una forma final para tener algo que decir.

Disco recomendado


Si buscas un álbum de rock que te saque de la rutina, que te deje pensando y que, además, te haga mover el cuerpo, te recomiendo escuchar "Getting Killed". No es un disco fácil, ni pretende serlo, pero tiene una energía tan genuina que resulta imposible apartarse de él. Geese han conseguido crear un álbum que no solo merece atención, sino que exige una escucha completa, de principio a fin, porque solo entonces revela toda su extraña coherencia.

En un panorama musical lleno de producciones impecables y previsibles, "Getting Killed" ofrece algo que cada vez cuesta más encontrar: carácter. Un carácter bruto, impredecible y profundamente vivo. Y eso, hoy, me parece un lujo.

Video del tema "Getting Killed":

Tracklist:

1. "Trinidad" 3:44
2. "Cobra" 3:05
3. "Husbands" 4:08
4. "Getting Killed" 4:44
5. "Islands of Men" 5:54
6. "100 Horses" 3:46
7. "Half Real" 3:22
8. "Au Pays du Cocaine" 3:30
9. "Bow Down" 3:28
10. "Taxes" 3:17
11. "Long Island City Here I Come" 6:37

Geese:

  • Cameron Winter – voz, guitarra, teclados, producción, mezcla
  • Dominic DiGesu – bajo, producción
  • Emily Green – guitarra, producción
  • Max Bassin – batería, producción

Colaboradores adicionales

Kenny Beats – producción
JPEGMafia – voz adicional en "Trinidad"
Nick Lee – trombón en "Trinidad", "Islands of Men" y "100 Horses"
Aaron Paris – violín en "Trinidad", "Husbands" y "Bow Down"

NEW ORDER - Low-Life - Album (Revisited)

Vuelvo al disco "Low-Life" como quien regresa a un sitio que nunca termina de revelar todos sus rincones. Lo descubrí hace ya mucho tiempo, casi por accidente, y desde entonces se ha convertido en uno de esos discos que escucho para recordar por qué la música puede ser una compañía tan íntima. Sé que para muchos jóvenes "New Order" es un nombre que aparece en camisetas retro o en playlists nostálgicas, pero "Low-Life" merece algo más que una escucha distraída. Es el álbum donde la banda encuentra su voz definitiva, donde lo emocional y lo electrónico se entrelazan con una naturalidad que incluso ahora, en pleno siglo veintiuno, sigue resultando moderna. Si nunca te has sumergido en él, o si apenas conoces un par de canciones, quizá esta sea la oportunidad perfecta para descubrir un disco que no solo forma parte de la historia del rock y la música alternativa, sino que también puede tocarte muy de cerca.

ALBUM: Low-Life


Escuchar "Low-Life" hoy todavía produce esa mezcla de asombro y familiaridad que solo aparece cuando un disco captura, sin proponérselo, el momento exacto en el que una banda cambia para siempre. No hay prólogo ni advertencia: desde los primeros segundos, se siente que New Order está dejando atrás algo muy pesado y entrando en un territorio que no había sido transitado por nadie en 1985. No es simplemente un álbum que consolida una transformación; es el sonido de un grupo aprendiendo a ser otro sin romper con quien fue.

NEW ORDER - Low-Life - Album

Quizá por eso sigo volviendo a él: porque "Low-Life" no busca perfección, sino vida. Y la vida, como sabemos, siempre va acompañada de cierta tensión, un pulso que late entre guitarras y sintetizadores, entre voces tímidas y bajos que parecen hablar por sí solos. Es un disco que mira a la pista de baile, pero también al suelo. Que se mueve hacia adelante aunque siga arrastrando preguntas del pasado.

El origen de una metamorfosis:


El contexto importa, y en New Order siempre importó más de lo que ellos mismos reconocían. En 1985 todavía era imposible separar del todo a la banda de la sombra de Joy Division. Ian Curtis estaba ausente, sí, pero seguía habitando una esquina silenciosa de cada decisión. Los primeros años fueron una especie de búsqueda a tientas, con destellos de brillantez en singles como Temptation o Confusion, pero sin un verdadero mapa para un álbum completo.

"Low-Life" llega cuando esa búsqueda empieza a tomar forma. Grabado en Jam Studios, en Londres, durante un invierno que parecía arrastrar la tensión política de la época, con el país dividido, el gobierno de Thatcher endurecido y una sensación de pre-Orwell en el aire, el disco se cocina entre noches de club, viajes transatlánticos, tecnología todavía caprichosa y una banda que por fin empieza a confiar en su propio instinto.

Y hay algo casi simbólico en que este fuera el primer álbum en el que aparecieron fotografías de los cuatro miembros. Peter Saville las envolvió en una capa de papel vegetal traslúcido, como si el grupo quisiera mostrarse y a la vez protegerse. Era una forma elegante de decir: estamos aquí, pero seguimos siendo vulnerables.

El sonido de una nueva identidad:


La entrada de "Low-Life" es una declaración: "Love Vigilantes", con su melodía luminosa y ese guiño inesperado al folk, rompe cualquier expectativa previa. No es el típico comienzo de un álbum de New Order, y quizá por eso funciona tan bien. La melodía de melódica se clava como una historia que necesita ser contada, y de hecho Bernard Sumner cuenta aquí una historia completa, casi cinematográfica, de regreso, pérdida y duda existencial.

NEW ORDER

En lo musical, el disco se mueve en un equilibrio frágil pero sorprendentemente firme. La electrónica ya no es un experimento; es un lenguaje. Los sintetizadores y secuenciadores están por todas partes, pero nunca ahogan a las guitarras. El bajo de Peter Hook sigue siendo una columna vertebral melódica, y su papel en canciones como "Sunrise", quizá la más salvaje del álbum, demuestra que New Order no había olvidado cómo sonar orgánicos.

"The Perfect Kiss" es el corazón palpitante del disco. Y es imposible escucharla sin pensar en toda la historia que carga encima. El nacimiento improvisado en directo, el caos hermoso de las primeras versiones, la mezcla de humor absurdo y ambición. Su edición del álbum, más contenida que el single de 12 pulgadas, mantiene intactos los destellos más extraños: los golpes de batería electrónica, los sintetizadores que parecen respirar y, por supuesto, los inolvidables sonidos de ranas.

Esa mezcla de sublime y ridículo, de elegancia y riesgo, es exactamente lo que hace que "The Perfect Kiss" funcione como una obra maestra dentro y fuera del contexto del álbum.

Video del tema "The Perfect Kiss":

Sombras largas, luces nuevas:

Si hay una canción que ha envejecido de forma casi sobrenatural, esa es "Elegia", unas de mis favoritas. Su atmósfera es como una herida que no ha cicatrizado del todo. Siempre me pareció una pieza cercana a una banda sonora íntima, como si New Order hubiese querido componer un paisaje emocional más que una canción. Se ha dicho mil veces que está dedicada a Ian Curtis, aunque sus autores lo niegan. Y quizá ahí esté su fuerza: no es un homenaje explícito, sino un eco. Una resonancia emocional que nace del propio peso de la historia de la banda.

En "This Time of Night" y "Sub-culture" se siente la vida nocturna que rodeaba la grabación: los clubes londinenses, la estética leather, el anonimato brillante que ofrecen ciertas madrugadas. Hay una energía casi líquida, como si las canciones se hubieran compuesto caminando por calles húmedas, iluminadas por neones y por la promesa de algo que nunca llega del todo.

"Sooner Than You Think" y "Face Up" muestran otra cara del disco: una luminosidad torcida, divertida, incluso juguetona. Son canciones que respiran con más ligereza, como si New Order quisiera recordarse a sí mismos que la experimentación no tiene por qué ser solemne.

Un disco que habla de nosotros:


Lo que más admiro de "Low-Life" es su humanidad. En 1985, cuando los sintetizadores podían convertir cualquier emoción en plástico, New Order logró que lo electrónico sonara íntimo. No hay grandilocuencia ni artificio: hay torpeza, hay dudas, hay una ternura escondida en la voz de Sumner que no pretende ser virtuosa ni perfecta.

Quizá ese sea el secreto que diferencia a New Order de otras bandas de su tiempo. La electrónica no aparece como un disfraz ni como un ejercicio de estilo, sino como una herramienta para expresar algo muy humano: la fragilidad, la euforia, la nostalgia, la sensación de estar a medio camino entre lo que uno quiere ser y lo que uno fue.


Low-Life sigue siendo importante:


Décadas después, el álbum sigue sonando vivo. No envejece, sino que muta. Cada escucha revela un gesto nuevo, un detalle escondido, una emoción que quizás no habías percibido antes. Low-Life marcó el inicio de una etapa imperial para la banda, abrió puertas para generaciones enteras de músicos que entendieron que la pista de baile también podía ser un espacio emocional y demostró que la experimentación no está reñida con la cercanía.

Pero más allá de cualquier perspectiva histórica, vuelvo a este disco porque me recuerda algo sencillo: la música puede curar sin prometerlo. Puede acompañar sin preguntar. Puede darte un lugar, aunque ese lugar exista solo durante los cuarenta minutos que dura una cara A y una cara B.

Disco recomendado


Si nunca has escuchado "Low-Life", hazlo sin prisa. Déjate arrastrar por sus contradicciones, por sus claroscuros, por sus melodías que parecen flotar entre lo humano y lo digital. Es uno de esos álbumes que no solo definen a una banda, sino también a una forma de sentir la música. Y si ya lo conoces, vuelve a él: siempre tiene algo nuevo que decir.

Video del tema "Elegia":

Tracklist (formato original LP):

Cara A:

1. "Love Vigilantes" 4:16
2. "The Perfect Kiss" 4:51
3. "This Time of Night" 4:45
4. "Sunrise" 6:01

Cara B:

1. "Elegia" 4:56
2. "Sooner Than You Think" 5:12
3. "Sub-culture" 4:58
4. "Face Up" 5:02

ADRIAN SHERWOOD - The Collapse of Everything - Album

The Collapse of Everything, el nuevo álbum en solitario de Adrian Sherwood, pertenece a esos discos que te obligan a bajar la velocidad, ajustar el volumen y dejar que el mundo exterior se quede un poco más lejos de lo habitual. No es un lanzamiento más dentro del calendario de novedades, sino el regreso de alguien que lleva décadas moldeando el sonido desde la trastienda y que ahora decide ponerse en primer plano para contarnos, a su manera, cómo suena este tiempo raro que vivimos. A continuación intento contar mi experiencia acompañando este trabajo durante días, escuchándolo de noche, en el metro, trabajando, dejando que sus ecos de guerra, duelo y esperanza se mezclen con la vida cotidiana. No es una guía técnica ni un análisis frío, es más bien una invitación a entrar en este pequeño universo dub, cinematográfico y emocional que Adrian Sherwood ha levantado sobre las ruinas.


ALBUM: The Collapse of Everything


El primer álbum en solitario de Adrian Sherwood en trece años (22 de agosto), suena como una herida que cicatriza y una erupción que llevaba demasiado tiempo acumulando presión. Cuando lo escuché tuve la sensación de que el productor británico había decidido, por fin, hablar con su propia voz después de más de una década dedicada a potenciar las de otros. Y lo que dice, lo dice desde un lugar que mezcla duelo, lucidez y un extrañísimo deseo de supervivencia.

ADRIAN SHERWOOD - The Collapse of Everything - Album (2025)

Este review no pretende diseccionar técnicamente un artefacto que, en esencia, está hecho para sentirse. Pretende contar qué ocurre cuando uno entra en ese mundo que Sherwood abre como si descorriera una enorme cortina pesada: un espacio cinematográfico, lleno de sombras, en el que los instrumentos parecen criaturas y la música un paisaje en perpetua tensión.


Un álbum de pérdida, memoria y la necesidad de volver:


Adrian Sherwood llevaba trece años sin firmar un disco propio. Desde "Survival & Resistance" en 2012, su vida había sido un ir y venir entre proyectos ajenos, colaboraciones y producciones: Horace Andy, African Head Charge, Creation Rebel, Panda Bear & Sonic Boom, incluso Spoon. A eso se suman las dos aventuras compartidas con Pinch, donde exploraba un dub oscuro y futurista que parecía mantenerlo lejos de la idea de “mi propio disco”.

ADRIAN SHERWOOD - productor

Entonces llegó la muerte:


Primero Mark Stewart, fundador de The Pop Group, una presencia esencial en la vida de Sherwood y autor de la frase que da título al álbum: "The Collapse of Everything". Más tarde, en 2024, Keith LeBlanc, su amigo y compañero de batalla en "Tackhead". Ambos aparecen en el disco, y su fantasma lo atraviesa. Adrain Sherwood los tenía delante mientras trabajaba, en forma de fotografías mirando hacia el estudio. "La gente vive en ti", decía en las entrevistas a los medios. Y es cierto: este disco es también una conversación con los que ya no están.

Esa energía, mezcla de duelo íntimo y derrumbe global, marca el espíritu de la obra. Pero lejos del dramatismo fácil o el lamento solemne, la música parece observar el caos con una mezcla de tristeza, ironía y una chispa de esperanza obstinada.

Un sonido de cine, polvo, metal y aire: 


Escuchar "The Collapse of Everything" es como atravesar un territorio que cambia a cada paso. No es un álbum lineal ni pretende serlo. Se siente más bien como una sucesión de escenas, como si Sherwood hubiese creado una película que no existe, pero cuya banda sonora respira vida propia.


La apertura:


El tema que abre da título al álbum con un tono casi orgánico. Hay flautas, piano y un bajo que late con calma, acompañado de un dub clásico que nunca desaparece del todo. No hay voces, solo rastros de algo humano. La sensación es la de estar viendo un lugar desde arriba, quizá un bosque, quizá una ciudad en ruinas, con la cámara suspendida en el aire. Más que una introducción, es una invitación a cruzar una frontera.

El choque: 

Luego llega "Battles Without Honour" and "Humanity", quizá el momento más feroz del disco. Es un tema tenso, casi bélico, donde los sonidos parecen mimetizar disparos, motores, pasos y amenazas. Sherwood lo construye como un pulso eléctrico lleno de graves que casi no se oyen, se sienten. Es un recordatorio de que el dub, en manos de un alquimista como él, puede ser un arma. No como metáfora, sino como vibración física.

Algo parecido ocurre con "The Well Is Poisoned (Dub)", donde Brian Eno aporta guitarras, ecos ascendentes y un aire amenazante que recuerda a Kid A y Amnesiac de Radiohead, pero trasladado a un clímax preapocalíptico en el que la Tierra parece suspender la respiración.

El guiño cinematográfico:

"Spaghetti Best Western" es un regalo para cualquiera que haya crecido viendo westerns. Adrian Sherwood invoca a Morricone sin imitarlo, mezclando armónica, guitarras reverberantes y un ritmo de trote que parece caminar sobre arena roja. Es humor negro, homenaje y distorsión a la vez. Si Tarantino fuese más dub y menos rock, esto sería suyo.

La belleza:

Hay temas que sorprenden por lo íntimos: "Body Roll" es casi un susurro, con aires de jazz nocturno, melodías de piano que caen como gotas y una tristeza suave que no hunde, sino que abraza. Es como estar en un bar vacío después del último cliente, mientras alguien limpia vasos y piensa en lo que ha perdido.

"Dub Inspector" es puro juego, una fantasía lounge que flota entre vientos, flautas y un fiscorno que parece canturrear. El disco, por momentos, se ilumina.

El clímax:

"The Great Rewilding" es una de las piezas más inquietantes y emocionantes. Hay percusiones que parecen animales electrónicos, pianos que entran como recuerdos borrosos, sonidos invertidos que dan la sensación de que el tiempo se pliega. Es un mundo que se reconstruye solo, como si la naturaleza quisiera ocupar de nuevo un espacio robado.

"Hiroshima Dub Match" cierra la herida con un tono de radiación poética, y "The Grand Designer" culmina el viaje como un rayo de luz que no borra lo vivido, pero señala hacia adelante.

Un disco que habla de nosotros:


Adrian Sherwood no hace sermones. Pero su música actúa como una especie de espejo distorsionado en el que se refleja el momento histórico que atravesamos: guerras, miedo, fragmentación social, tecnología que avanza más rápido que cualquier ética, y un planeta que parece pedir descanso.

ADRIAN SHERWOOD

El álbum sugiere una pregunta que no se formula, pero que se escucha entre líneas: ¿Qué hacemos nosotros mientras "todo se derrumba"? Y otra más: ¿Qué puede reconstruirse después del derrumbe?

Lejos de la oscuridad absoluta, Sherwood deja ver una chispa de vida. No es optimismo ingenuo, sino la convicción de que incluso en tiempos fracturados hay espacio para el asombro, para el humor, para el sonido que nos une aunque sea por unos minutos.

Un álbum que me gusta:


Porque no suena como nada que esté ocurriendo en el panorama actual, pero tampoco parece un artefacto vintage. "The Collapse of Everything" es música contemporánea en el mejor sentido, hecha por alguien que no se conforma con reciclar ideas. Es una obra de madurez creativa, pero también un gesto de libertad personal. Adrian Sherwood se permite explorar, jugar, llorar, deformar, recordar y proyectar. Y lo hace con la calma y la profundidad que solo tienen quienes no deben demostrar nada.

Es un disco que, como "My Life in the Bush of Ghosts" de Byrne y Eno o "Selected Ambient Works II" de Aphex Twin, invita más a entrar que a entender. Una obra que será revisitada dentro de años cuando queramos recordar cómo sonaba el mundo mientras intentaba recomponerse.

Disco recomendado


Si te interesa la música que construye paisajes, si te atraen los discos que dicen más con atmósferas que con palabras, si te gustan los álbumes que funcionan como películas sin imágenes, escucha "The Collapse of Everything". No es un disco inmediato, pero es de esos que se quedan en ti, que revelan capas nuevas en cada escucha y que convierten incluso el silencio en un lugar distinto.

Es, simplemente, uno de los trabajos más poderosos, conmovedores y humanos de Adrian Sherwood. Y un recordatorio de que, incluso cuando todo parece desmoronarse, la música puede abrir grietas por donde entra un poco de luz.

Video del tema "Spirits (Further Education)":


Tracklist:

1. "The Collapse of Everything" 3:53
2. "Dub Inspector" Sherwood 3:32
3. "The Well Is Poisoned (Dub)" Brian Eno 3:53
4. "Body Roll" 3:35
5. "Battles Without Honour and Humanity" 4:15
6. "Spaghetti Best Western" 4:33
7. "The Great Rewilding" 4:00
8. "Spirits (Further Education)" 3:24
9. "Hiroshima Dub Match" 3:54
10. "The Grand Designer" 3:08

Personal:

  • Adrian Sherwood – Producción, mezcla
  • Matthew Smyth – Ingeniería (todas las pistas), programación de batería (pista 5)
  • Frank Merritt – Masterización
  • Peter Harris – Diseño gráfico Guitarra, voz (6)
  • Doug Wimbish – bajo (1–4, 6, 9, 10)
  • Mark Bandola – guitarra (1, 4, 7, 9, 10), sintetizadores (2, 5, 8, 10), bajo (7)
  • Alex White – saxofón (2, 4), flauta (1, 4), órgano de lengüeta (4)
  • Cyrus Richards – piano, teclados (1, 2, 7)
  • Keith LeBlanc – batería (4, 8)
  • Chris Joyce – batería (7, 9)
  • Ivan "Celloman" Hussey – violonchelo (3, 8, 10)
  • Jazzwad – sintetizadores (5, 8)
  • Gaudi – sintetizador (2), piano (9)
  • Horseman – percusión (2, 10)
  • Brian Eno – guitarra, voz, efectos (3)
  • Dave Fullwood – fliscorno (2)
  • Alan Glen – armónica (6)
  • Crocodile – efectos

CHRISTONE "KINGFISH" INGRAM - Hard Road - Album

Hay artistas que no necesitan discursos previos para justificar por qué siguen interesando. Basta escuchar unos segundos de su música para entender que están construyendo algo propio, algo que respira pasado y presente al mismo tiempo. Christone "Kingfish" Ingram pertenece a ese grupo selecto. Su nuevo álbum, Hard Road, publicado el 26 de septiembre de 2025, no invita a recordar lo que el blues fue, sino a escuchar lo que puede ser hoy. A partir de aquí, quiero contarte por qué este disco merece una escucha atenta y qué he encontrado en él como oyente y amante del género.

ALBUM: Hard Road


"Hard Road", el nuevo álbum de Christone "Kingfish" Ingram, muestra a un músico que ha decidido crecer sin mirar atrás. Desde la primera escucha, se percibe la determinación de un artista que utiliza el blues no como refugio, sino como lenguaje para ordenar su propio camino. El joven "Kingfish" firma aquí su trabajo más personal, ambicioso y emocionalmente transparente.

CHRISTONE "KINGFISH" INGRAM - Hard Road - Album (2025)

Lo que más me llamo la atención al escucharlo no fue un solo de guitarra, ni un giro inesperado en la producción, sino la sensación de estar ante un músico que, después de un camino largo y complejo, decide por fin contarse a sí mismo sin filtros. "Hard Road" es eso: un retrato honesto de un artista que mira hacia atrás sin nostalgia, hacia adelante sin miedo, y que encuentra en el blues el idioma perfecto para ordenar todo lo que ha vivido.

Quién es Christone "Kingfish" Ingram:


Hablar de "Kingfish" es hablar de un hijo del Mississippi profundo que creció entre historias, leyendas y sonidos que se respiran más que se escuchan. Nació en Clarksdale, el mismo punto del mapa donde el mito sitúa a Robert Johnson vendiendo su alma, y donde Muddy Waters, Son House y John Lee Hooker moldearon la historia musical del siglo XX. Pero "Kingfish" nunca se vio aplastado por ese peso. Al contrario, lo asumió con naturalidad, como quien respira el aire de su propio barrio.

Christone "Kingfish" Ingram

Su formación en el Delta Blues Museum, su primera aparición en el escenario con Bill Howlin’ "Mad" Perry y aquel día en el que tocó para Michelle Obama siendo apenas un adolescente, forman parte del relato que ha acompañado a su meteórico ascenso. Pero lo que le convierte en algo más que un prodigio no es esa cronología, sino la capacidad de tocar la guitarra como si estuviera improvisando dentro de su propia memoria: cada fraseo, cada vibrato, cada silencio tiene el pulso de alguien que sabe escuchar el peso de una historia antes de contarla.

Desde Kingfish (2019) hasta el poderoso 662 (2021), pasando por el incendiario "Live in London", su progresión ha sido constante, siempre respaldada por figuras de la talla de Buddy Guy, Eric Gales o Keb’ Mo’. Y, sin embargo, "Hard Road" es el primer álbum en el que percibo a "Kingfish" mirando hacia dentro con la misma intensidad con la que siempre ha mirado a la tradición.

Un disco construido en movimiento:


Este álbum llega tras años de giras, pérdidas personales, mudanzas y aprendizajes. Christone "Kingfish" Ingram ya no vive en Clarksdale; ahora está en Los Ángeles, lejos del 662, pero con la mirada siempre puesta en su origen. La muerte de su madre, Princess, el salto profesional que supuso fundar su propio sello, Red Zero Records, y la inquietud por expandir su lenguaje musical fueron ingredientes esenciales para dar forma a "Hard Road".

Lo interesante es que el disco no nació en un solo estudio, ni con una sola intención. Se gestó entre Nashville, Santa Mónica, Memphis, Hollywood y Clarksdale, y se grabó con tres productores diferentes: Tom Hambridge, el gran socio creativo de Kingfish, Patrick “Guitar Boy” Hayes y Nick Goldston. Fue un proceso largo, casi en tránsito, como si cada ciudad añadiera una capa sonora distinta al resultado final.

Christone "Kingfish" Ingram confesó que al principio le aterraba la idea de integrar tantos géneros y enfoques; temía acabar con un álbum que sonara disperso. Pero esa preocupación desaparece al escuchar Hard Road, que es diverso, sí, pero siempre coherente. Todo lo que aparece aquí es "Kingfish", aunque lo muestre desde ángulos muy diferentes.

El sonido de Hard Road: 


Lo que me fascina de este disco es que consigue expandir el lenguaje del blues sin desdibujar su esencia. Si algo caracteriza a "Kingfish" es la capacidad de respetar la tradición mientras la empuja suavemente hacia adelante, y "Hard Road" es posiblemente su obra más ambiciosa en ese sentido.

La apertura del álbum, "Truth", es ya una declaración estética: un bajo profundo marcado, teclados que flotan entre el soul y el funk, una batería que sostiene el pulso sin invadir, y una letra que resume la identidad de Kingfish mejor que cualquier biografía. Escucharle cantar "my faith and my guitar was my only way out" es asistir a una confesión que transforma lo íntimo en universal.

En "Bad Like Me" y "S.S.S.", su voz adquiere un protagonismo inusual. Aquí, más que exhibir técnica, despliega carácter, un fraseo más cálido, más redondo, casi soul. Esa voz, siempre grave y terrosa, encuentra nuevos matices gracias a producciones más abiertas y contemporáneas. Y, sin embargo, cuando llega el turno de la guitarra, el sonido sigue siendo puro "Kingfish": líneas densas, sostenidas, cargadas de emoción.

"Nothin’ But Your Love" es una de las joyas del disco. Una balada suave, elegante, que recuerda a los momentos más íntimos de Prince, pero filtrada a través de la sensibilidad narrativa del blues. La guitarra en el solo, grabada en Memphis con una Stratocaster y un toque apenas sucio de pedal, es pura conversación.

En el extremo contrario está "Crosses", quizá el momento más incendiario del álbum, donde Christone "Kingfish" Ingram canaliza la electricidad de Hendrix sin caer en el homenaje explícito. Aquí el blues se estira hasta tocar la psicodelia y demuestra que la guitarra, en manos de Kingfish, sigue teniendo una capacidad expresiva que muy pocos artistas de su generación han sabido explorar.

"Back to L.A." tiene un aroma glam, un giro inesperado que sin embargo encaja con naturalidad. Clearly desliza un soul cálido y elegante en el que los teclados se mueven como si respiraran. "Standing on Business" se sumerge en un ambiente jazzy, nocturno, y "Hard to Love" vuelve a la energía del blues eléctrico con un "Kingfish" más desatado.

Y entonces llega "Memphis", el final perfecto: guitarra y armónica, sin artificios, un regreso al origen, un recordatorio de que, por mucho que explore otros territorios, "Kingfish" siempre vuelve al corazón del Delta.

Lo que cuenta Hard Road: 


Si tuviera que resumir el tema principal del álbum en una sola palabra sería claridad. "Hard Road" es un ejercicio de mirarse en el espejo sin idealizar nada. Habla de fama, sí, pero también de la soledad que la acompaña. Habla de amor, de rupturas, de identidad, de aprender a decir no. Habla, sobre todo, de seguir adelante aunque el camino no sea sencillo.

Christone "Kingfish" Ingram lo explica mejor que nadie: estas canciones son sobre aprender a verse con compasión, a reconocer la propia historia y a no esconderla. En un momento histórico en el que la música tiende a la inmediatez y al consumo rápido, que un artista tan joven decida entregarse a esta vulnerabilidad resulta profundamente valioso.

¿Por qué Hard Road?


Vivimos en un tiempo extraño para el blues: sigue siendo una raíz esencial de la música popular, pero rara vez ocupa el centro de la conversación. Christone "Kingfish" Ingram desafía esa tendencia, no por nostalgia, sino por convicción. Él demuestra que el blues sigue siendo un instrumento vivo para hablar de lo que somos, de nuestras luchas, de nuestros duelos, de nuestras pequeñas victorias.

"Hard Road" es importante porque actualiza esa tradición sin traicionarla. Porque acerca el blues a una generación que quizá nunca escuchó un disco de Albert King o de Koko Taylor. Porque recuerda que este género nunca fue solamente un estilo musical, sino una forma de estar en el mundo.

Disco recomendado


Si te interesa la música que nace de un lugar real, que mezcla raíces con riesgo, que respira historia pero late con urgencia contemporánea, "Hard Road" es un álbum para escuchar. No es solo el mejor trabajo de "Kingfish" hasta la fecha, es una de esas obras que te acompañan durante semanas, que regresan cuando no las buscas, que dejan huella.

Escúchalo con tiempo. Escúchalo con calma. Escúchalo con el corazón abierto. Y deja que Christone "Kingfish" Ingram te lleve por ese camino difícil que él ha aprendido a recorrer con una madurez y un talento que ya lo sitúan entre los grandes.

Video del tema "Truth":

Tracklist:

A1 Truth
A2 Bad Like Me
A3 S.S.S.
A4 Nothin’ But Your Love
A5 Crosses
A6 Voodoo Charm
B1 Back to LA
B2 Clearly
B3 Standing on Business
B4 Hard To Love
B5 Memphis

BLUR - The Ballad of Darren - Album (Revisited)

A veces vuelvo a escuchar un disco mucho después de su lanzamiento, no por nostalgia sino por curiosidad. Eso me ocurrió hace unos días con "The Ballad of Darren", el álbum que Blur publicó el 21 de julio de 2023, un regreso inesperado que en su momento celebré, pero que ahora, tras una escucha más atenta, siento de una forma completamente distinta. Algo en estas canciones se ha asentado, como si el tiempo les hubiera dado un peso nuevo. Fue esa sensación, esa mezcla de emoción reposada y descubrimiento tardío, la que me empujó a escribir sobre él y compartir con vosotros por qué este disco merece ser revisitado, redescubierto y, quizá para muchos, descubierto por primera vez.

ALBUM: The Ballad of Darren


Volví a "The Ballad of Darren" una tarde cualquiera, sin intención de buscar nada concreto y con la sensación, casi culpable, de haber dejado pasar demasiado tiempo sin escuchar de nuevo un álbum que en su día me dejó conmovido. A veces ocurre así: uno vuelve a un disco como quien regresa a una conversación pendiente. Y al reencontrarme con estas canciones, comprendí que debía escribir sobre él, que debía recomendarlo a quienes todavía no han descubierto la profunda belleza que Blur ha esculpido aquí.

BLUR - The Ballad of Darren - Album (2023)

Lo que más me sorprende de este regreso es la forma en la que la banda asume el paso del tiempo sin rebuscar atajos ni refugiarse en la nostalgia. "The Ballad of Darren" no intenta replicar la energía febril de Modern Life Is Rubbish ni las travesuras coloristas de Parklife. Al contrario, se mueve con una calma madura, con la claridad de quien ha vivido demasiado como para fingir otra cosa. Y, sin embargo, no pesa. No es un disco derrotado. Es un álbum que respira, que piensa, que observa y que, por momentos, consuela.

Cómo nació este álbum: 


La historia detrás del disco tiene algo de milagro cotidiano. Damon Albarn lo escribió en habitaciones de hotel, en salas de conferencias y en ciudades desconocidas durante una gira con Gorillaz. Es decir, lo compuso lejos de Blur, lejos del refugio emocional de su banda, y quizá por eso está atravesado por una sensación de desarraigo. Cuando regresó con esos bocetos, Graham Coxon, Alex James y Dave Rowntree se unieron a él en el estudio, como en los viejos tiempos, y ese detalle cambia todo. "The Ballad of Darren" no es una colección de ideas sueltas producidas con pulso automático. Es un disco trabajado juntos, en el mismo espacio, tocando, probando, conversando.

BLUR - banda - 2023

James Ford, que ya había colaborado con Albarn, produjo el álbum con una sensibilidad elegante y contenida. No empuja a Blur hacia una versión exagerada de sí mismos, sino hacia un sonido que respira serenidad, claroscuro y una luz tenue que le sienta de maravilla a estas canciones. Es un álbum pensado, pero no rígido. Es íntimo, pero no hermético.

Un grupo que se mira por dentro:


Lo primero que golpea es la delicadeza. "The Ballad", ese arranque casi silencioso, sostiene una tensión emocional sorprendente. El piano avanza sin prisa y Damon Albarn canta como si estuviera leyendo una carta que llevaba años guardada. Cuando Graham Coxon entra con su respuesta vocal, casi tímida, la canción se abre como si realmente estuviésemos presenciando una conversación entre dos viejos amigos que han encontrado una nueva forma de hablarse.

Después llega "St. Charles Square", que revienta la quietud con un riff nervioso, casi sucio, que recuerda a los días más descarados de Blur. Sin embargo, no es un intento de repetir el pasado. Hay algo más agreste, más febril, más 70s incluso. Es un tema que descoloca y, precisamente por eso, encaja tan bien. Necesitaba ese sobresalto para recordarme que Blur todavía sabe incomodar cuando quiere.

Entre esos dos extremos se mueve gran parte del disco. "Barbaric" desliza una melodía luminosa sobre un bajo que podría reconocerse al segundo como obra de Alex James, mientras Damon canta con una mezcla de resignación y lucidez. Hay un eco de Johnny Marr en las guitarras que le da un color otoñal precioso.

"Russian Strings" es mucho más frágil de lo que parece en una primera escucha. Su aparente sencillez oculta un movimiento emocional que va creciendo a lo largo del tema, como si la canción estuviera hecha de capas muy finas que solo se revelan cuando uno presta verdadera atención. Al principio la pasé por alto. Ahora me parece una de las más íntimas del disco.

Luego está "Goodbye Albert", una pieza que me atrapó desde la primera vez. Tiene algo de Bowie, no tanto por imitación como por espíritu. La voz de Damon Albarn se quiebra, pero no de manera teatral; se quiebra como se quiebra la voz cuando uno piensa en alguien que ya no está. La canción es una despedida sincera, sin grandilocuencias, y quizá por eso duele más.

"Avalon" y "Far Away Island" habitan otro territorio, uno más contemplativo, cargado de imágenes de distancia, viajes y un anhelo difícil de nombrar. Avalon, en particular, guarda ese tono de melancolía luminosa que Albarn domina desde hace años.

Y el cierre, "The Heights", es extraordinario. Comienza como un ascenso suave, casi como un despegue, y termina en un estallido de ruido blanco que se corta de golpe. Un final abrupto, pero profundamente simbólico: algo se apaga, algo desaparece, algo queda flotando.

Un disco que habla del tiempo, la memoria y de lo que se pierde:


Lo que conecta todo este álbum es la sensación de estar mirando atrás sin recrearse en el pasado. No hay nostalgia fácil. No hay guiños complacientes. Las letras de Damon Albarn son más directas que nunca y, al mismo tiempo, más abiertas a interpretación. Hay ecos de rupturas, de amistades desgastadas, de años que pasan sin pedir permiso. Es un disco que entiende la memoria como dolor, pero también como una forma de seguir vivo.

Blur no está haciendo un álbum para su público de los noventa. Está haciendo un álbum para ellos mismos, para la edad que tienen, para lo que han vivido. Y ahí, curiosamente, es donde conectan con cualquiera que escuche con atención: en esa manera honesta de aceptar las pérdidas, los vacíos y los cambios.

Blur - live - 2023

Por qué The Ballad of Darren mola:


En un momento en el que muchos grupos de su generación intentan reconstruir su viejo sonido para aferrarse a un lugar seguro, Blur hace justo lo contrario. Se arriesga a sonar frágil, maduro, íntimo. Se arriesga a no gustar a quien quiera otro Song 2. Este álbum funciona porque no intenta competir con su pasado, sino dialogar con él.

Musicalmente es elegante, emocionalmente es sincero y, como experiencia, se siente completamente actual. No es un disco que busca titulares. Es un disco que busca quedarse. Y lo consigue.

Disco recomendado


Si has crecido con Blur, este álbum te hará pensar en el tiempo, pero sin tristeza. Si nunca has escuchado a la banda, "The Ballad of Darren" es una manera perfecta de entrar en su universo desde un punto de vista más adulto y conmovedor. Es un álbum para escucharlo entero, con calma, sin prisas, dejando que sus canciones vayan entrando poco a poco.

Te lo recomiendo porque me ha acompañado en días de ruido y también en días de silencio. Porque es un disco que no grita, pero permanece. Y porque pocas bandas saben envejecer con tanta dignidad, tanta delicadeza y tanta verdad como Blur en este momento.

Video del tema "The Heights":

Tracklist:

1. "The Ballad" 3:37
2. "St. Charles Square" 3:55
3. "Barbaric" 4:09
4. "Russian Strings" 3:38
5. "The Everglades (For Leonard)" 2:56
6. "The Narcissist" 4:05
7. "Goodbye Albert" 4:17
8. "Far Away Island" 2:58
9. "Avalon" 3:05
10. "The Heights" 3:24

Blur:

  • Damon Albarn – voz principal, coros, teclados, piano
  • Graham Coxon – guitarra, coros, voz principal en «Sticks and Stones»
  • Alex James – bajo
  • Dave Rowntree – batería, coros

Músicos adicionales:

  • James Ford – teclados (pistas 1–6, 8, 10)
  • Izzi Dunn – violonchelo (1, 3, 5, 7, 8, 10)
  • Ciara Ismail – viola (1, 3, 5, 7, 8, 10)
  • Kotono Sato – violín (1, 3, 5, 7, 8, 10)
  • Sarah Tuke – violín (1, 3, 5, 7, 8, 10)
  • Alistair White – trombón (9)
  • Nichol Thompson – trombón (9)
  • Chris Storr – trompeta (9)
  • Danny Marsden – trompeta (9)

Técnico:

James Ford – producción

BENEFITS - Constant Noise - Album

Este disco llega en un momento en el que todo alrededor parece saturado. Cuando escuché "Constant Noise" por primera vez, sentí que Benefits estaban poniendo en palabras y sonido una sensación muy común hoy: cansancio, desconcierto y la dificultad de orientarse entre tanto ruido. Este nuevo trabajo no busca grandes gestos, sino entender ese clima y convertirlo en algo que merece ser escuchado con atención. Con esa misma intención te propongo uno de los mejores discos del 2025.

ALBUM: Constant Noise


Descubrí "Constant Noise" poco después de su lanzamiento en marzo de 2025. No sabía muy bien qué esperar, porque Benefits siempre me había parecido uno de esos grupos cuyo mensaje se siente incluso antes de procesar sus canciones. Pero lo que encontré en este nuevo trabajo fue una evolución que no esperaba. El grupo británico ha dado un giro sonoro y emocional hacia un territorio más amplio, más reflexivo y, al mismo tiempo, más devastador. Este disco no busca impresionar con volumen, sino con la precisión de lo que quiere contar.

BENEFITS - Constant Noise - Album (2025)

Desde la primera escucha tuve claro que Constant Noise es un álbum construido desde una urgencia honesta. No hay artificio ni pose. Hay cansancio, lucidez y un deseo casi obsesivo de entender qué está ocurriendo a nuestro alrededor. Y esa mezcla, cuando se combina con la voz incisiva de Kingsley Hall y las texturas electrónicas de Robbie Major, crea una experiencia que va más allá de una simple colección de canciones. Es un documento cultural de un país agotado.

Cómo surgió Constant Noise:


Cuando Benefits publicaron Nails en 2023, muchos los interpretamos como una grieta en el mapa sonoro británico. Era un álbum directo, rabioso, sin filtros. Pero entre ese debut y este segundo trabajo, el Reino Unido ha cambiado aún más. El clima político, la crisis económica, el desgaste emocional y la manipulación mediática han intensificado la sensación de vivir rodeados de ruido, un ruido que lo invade todo, desde las redes sociales hasta el discurso público.

Kingsley Hall y Robbie Major

Ese ruido constante es la materia prima del disco. Kingsley Hall y Robbie Major han reducido el grupo a un dúo y han decidido mirar de frente ese paisaje: recortes sociales, desigualdad, un país fracturado por discursos que señalan hacia abajo en vez de hacia arriba. La palabra “benefits” ha reaparecido en el debate político como arma contra quienes menos tienen, mientras que figuras tecnológicas, cada vez más poderosas, moldean un futuro inquietante desde posiciones de privilegio absoluto.

En medio de esa mezcla de vulnerabilidad y descontento, Benefits no han respondido con más furia, sino con algo más interesante: profundidad. Constant Noise se ha construido como una reacción adulta, consciente y emocionalmente fatigada, que no renuncia a la crítica social, pero que busca nuevas formas de expresarla. Un sonido más amplio, más pensado, más inquietante

Música, producción y atmósfera:


El disco sorprende desde el principio. La canción que lo abre, “Constant Noise”, no estalla, se desliza. Hall recita con calma, casi con resignación, sobre una base electrónica que combina coros suaves y un pulso industrial. Es una introducción que ya señala una diferencia importante con respecto a Nails: aquí la intensidad se repliega para dejar espacio a la reflexión.

Ese tono más contenido se rompe de inmediato con “Land of the Tyrants”, una de las piezas más contundentes del álbum. El ritmo recuerda a “Star Guitar” de The Chemical Brothers, pero el mensaje está lejos del escapismo del club. Hall cuestiona la apatía política, la indiferencia ante quienes toman decisiones que afectan a millones. Es una canción que puede hacerte mover la cabeza, pero que también te obliga a pensar en el lugar en el que vives.

La electricidad continúa en “Blame”, donde la influencia de Underworld o Leftfield aparece de forma clara. El motor rítmico es constante, casi físico, mientras Hall señala la facilidad con la que se busca un culpable sencillo para problemas estructurales. Esta unión entre baile y crítica social es uno de los grandes aciertos del disco.

Después llega uno de los momentos clave: “Missiles”. Aquí Benefits entregan su pieza más cruda y emocional. Hall habla con voz casi quebrada sobre Gaza, sobre la forma en que la guerra se ha convertido en un espectáculo normalizado, sobre la mirada cansada de una sociedad que ya no sabe cómo reaccionar. Major, mientras tanto, construye una estructura sonora que se vuelve más oscura a medida que avanza la canción, como si el mundo digital se plegara sobre sí mismo. Es un tema difícil de escuchar, pero imposible de ignorar.

“Lies and Fear” nos devuelve al Benefits más directo. Su percusión veloz, casi violenta, recuerda a su etapa anterior. Suena como un ataque, una sacudida, una llamada a no dejarse arrastrar por la manipulación mediática que divide y confunde.

Más adelante, “Divide” introduce una energía distinta gracias a la colaboración del rapero SHAKK. Su presencia aporta tensión, pero también camaradería. La canción se convierte en un diálogo entre dos voces que, desde distintos estilos, observan el mismo país roto.

Video del tema "Divide":

El tramo final es más introspectivo. “The Victory Lap” tiene un aire de celebración triste, como un brindis en mitad de una ciudad derruida. “Terror Forever”, en cambio, mezcla instrumentos de jazz con recitado mordaz, y crea un ambiente frenético y al mismo tiempo profundamente humano. Y el cierre, “Burnt Out Family Home”, es un susurro extraño y melancólico. Parece una despedida, una pausa después de horas de observar el mundo sin filtros.

Ecos, influencias y conexiones:


Es fácil encuadrar a Benefits dentro de la tradición del spoken word británico. Su música convive con el trabajo de Sleaford Mods, Kae Tempest o Soft Play. Pero lo que han logrado en Constant Noise va más allá del estilo. Han encontrado una forma propia de unir poesía política y electrónica, ruido y contención, rabia y lucidez.

En este disco resuenan ecos de Radiohead, sobre todo de Kid A, no tanto por el sonido sino por la voluntad de cambiar de piel. También hay algo de Faithless en los pulsos más rítmicos y un aroma a rave sombrío que recuerda a los primeros años de la cultura electrónica británica, esa en la que bailar era también una forma de resistencia.

Un reflejo de nuestro tiempo: 


Lo que más me impacta del álbum es que no se limita a describir lo que va mal. Hace algo mucho más complejo: registra el cansancio. La fatiga emocional. La sensación de que estamos rodeados de ruido que no nos deja pensar. Ese ruido no es solamente sonoro, es social, político, informativo. Es el ruido de las noticias, de las redes, de los discursos que enfrentan. Es el ruido de vivir rápido sin saber por qué.

Constant Noise capta esa atmósfera y la convierte en música. Habla de guerras retransmitidas como entretenimiento, de una población que se siente pequeña ante decisiones gigantes, de un país que se fragmenta. Pero también habla de la posibilidad de encontrar unión, de la importancia de no perder el sentido crítico, de no cerrar los ojos. Es un disco terrible y hermoso al mismo tiempo, porque refleja exactamente la época que vivimos.

Por qué este disco es bueno:


A medida que fui escuchando Constant Noise, sentí que estaba ante un álbum que no se quedará atrapado en su propio año. Tiene una mirada tan precisa sobre la realidad que probablemente seguirá siendo relevante mucho tiempo. Benefits han ampliado su sonido sin perder su esencia. Han ganado profundidad sin perder contundencia. Y han demostrado que la música puede ser un lugar donde pensar y sentir al mismo tiempo.

No es un disco fácil, ni pretende serlo. Pero es necesario. Es uno de esos trabajos que te acompañan incluso cuando no lo estás escuchando.


Disco recomendado


Si te interesa la música que dialoga con su tiempo, si te atraen las propuestas que mezclan electrónica, poesía y crítica social, o si simplemente buscas algo que te remueva de verdad, te recomiendo que escuches Constant Noise. Es un álbum intenso, honesto y sorprendentemente humano. Te llevará a lugares incómodos, pero también a otros donde la claridad se abre paso entre el ruido. Es uno de los grandes discos del año 2025. Para mi, sin duda.

Video del tema "Land of the Tyrants":

Tracklist:

1. "Constant Noise" 3:05
2. "Land of the Tyrants" (featuring Zera Tønin) 3:06
3. "The Victory Lap" 4:16
4. "Lies and Fear" 1:47
5. "Missiles" 5:49
6. "Blame" 3:51
7. "Continual" 3:03
8. "Divide" (featuring Shakk) 5:42
9. "Relentless" (featuring Pete Doherty) 3:59
10. "Terror Forever" 1:03
11. "Dancing on the Tables" 3:14
12. "Everything Is Going to Be Alright" 3:52
13. "The Brambles" 3:34
14. "Burnt Out Family Home" 4:38

Miembros:

  • Kingsley Hall - Letras, Voz, Composición
  • Robbie Major - Composición, Sintetizadores, Violín, Letras

Hugh Major - Guitarra
James Adrian Brown – Producción, Mezcla
James Welsh – Producción, Mezcla
James Trevascus – Masterización

MILES DAVIS - Cookin’ with the Miles Davis Quintet - Album

Pones la aguja sobre el vinilo y de pronto el aire parece más espeso, como si alguien hubiera encendido una llama que no se ve, pero que lo transforma todo. "Cookin’ with the Miles Davis Quintet" pertenece a esa categoría de discos que no necesitan presentaciones ni excusas: se defienden solos, con la seguridad y el pulso de quienes estaban, literalmente, "cocinando" una revolución.

ALBUM: Cookin’ with the Miles Davis Quintet


Escuchar este álbum hoy, décadas después de su grabación, sigue teniendo algo de milagro. Porque fue concebido con urgencia, casi con necesidad, pero suena como si el tiempo se hubiera detenido dentro del estudio. Cada nota conserva el calor del momento, el sudor de una banda que sabía que estaba tocando para la historia sin darse cuenta de ello.

Estudio pequeño, un contrato y una chispa irrepetible:


A mediados de los años cincuenta (siglo xx), Miles Davis ya era mucho más que una promesa. Tras su renacimiento en el Newport Jazz Festival de 1955, Columbia Records le ofreció un contrato que cambiaría su destino. Pero antes de poder dar el salto a la gran discográfica, debía cumplir un compromiso con Prestige Records: entregarles cinco discos más. La solución fue tan brillante como práctica: grabar en dos maratónicas sesiones una serie de temas que resumieran el repertorio en vivo de su quinteto.

MILES DAVIS - Cookin’ with the Miles Davis Quintet - Album

Así, el 26 de octubre de 1956, en el pequeño estudio de Rudy Van Gelder en Hackensack, Nueva Jersey, nacieron los cuatro álbumes legendarios que hoy conocemos como Cookin’, Relaxin’, Workin’ y Steamin’ with the Miles Davis Quintet. El primero en publicarse fue Cookin’, en julio de 1957. Lo que Miles Davis y su grupo hicieron allí fue más que grabar canciones: fue capturar la electricidad de un directo con la precisión del estudio, un equilibrio rarísimo que muy pocos han logrado igualar.

Miles Davis – trompeta, director de orquesta Paul Chambers – contrabajo John Coltrane – saxofón tenor (excepto en 1) Red Garland – piano Philly Joe Jones – batería

El quinteto; Miles Davis en trompeta, John Coltrane en saxo tenor, Red Garland al piano, Paul Chambers en contrabajo y Philly Joe Jones en batería,  había alcanzado un nivel de entendimiento que rozaba lo telepático. No necesitaban hablar, bastaba una mirada, una respiración compartida, un gesto. La música fluía como una conversación íntima, llena de silencios que decían tanto como las notas.

Una banda que respiraba al mismo tiempo:


Cookin’ abre con "My Funny Valentine", una balada que Miles había convertido ya en su santuario personal. Aquí suena con un temple casi monástico: cada nota es medida, cada silencio, una confesión. El sonido amortiguado de su trompeta, con la sordina Harmon, se convierte en una voz humana, melancólica y precisa, que no busca deslumbrar sino emocionar.

El contraste llega con "Blues by Five", una pieza extensa y deliberadamente repetitiva, que permite a la banda estirarse y explorar texturas. Algunos la han acusado de ser demasiado larga, pero hay algo casi hipnótico en su desarrollo: la batería de Jones se retuerce con una energía contenida, mientras el bajo de Chambers sostiene el pulso con autoridad. Coltrane, aún en la etapa de búsqueda que precede a su explosión espiritual, intercambia frases con Miles como si completaran los pensamientos del otro.

Luego aparece "Airegin", composición de Sonny Rollins, donde el grupo se lanza a un vuelo vertiginoso. Garland y Jones se persiguen con una precisión casi matemática, mientras Coltrane rompe el aire con una intensidad que prefigura el volcán que estaba a punto de ser. Davis, en cambio, mantiene su estilo económico, como si supiera que cada nota ganaba valor en el silencio que la rodea.

El cierre con el medley "Tune Up / When Lights Are Low" es, sencillamente, sublime. En "Tune Up", Miles despliega una claridad melódica casi teatral, utilizando pequeñas frases de dos notas con acentos inesperados. Cuando llega "When Lights Are Low", todo se ilumina: Garland ofrece un solo dorado, lleno de acordes en cascada, mientras Jones juega con el tiempo como si doblara el pulso del corazón de la canción. Es aquí donde se siente que la banda está literalmente “cocinando”: cada músico aporta su ingrediente exacto, y el resultado es una mezcla perfecta de espontaneidad y estructura.

El sonido de la alquimia:


Parte del hechizo de Cookin’ reside en su sonido. No es un álbum de estudio pulido al detalle, sino un registro casi crudo de un grupo en combustión. Rudy Van Gelder capturó esa inmediatez con una cercanía que te hace sentir dentro del cuarto. Puedes escuchar el roce del arco de Chambers sobre las cuerdas, el golpeteo de las baquetas de Philly Joe sobre el aro, la respiración de Coltrane antes de una frase.

La producción no busca esconder las imperfecciones; al contrario, las celebra. En "When Lights Are Low", hay incluso un pequeño corte de cinta en el solo de John Coltrane, una imperfección técnica que hoy se siente casi entrañable. Aquello no era una sesión de laboratorio, sino un momento real, una conversación viva entre músicos que improvisaban con la misma naturalidad con la que otros hablan.

Entre la intuición y la precisión:


Lo más fascinante del disco es su equilibrio entre control y libertad. A diferencia de la ebullición emocional del bebop o la exploración modal que Miles Davis abordaría más tarde en "Kind of Blue", aquí todo se mueve en una frontera sutil: cada solo parece improvisado con cálculo milimétrico, cada intercambio de ideas suena natural pero perfectamente encajado.

Escuchando "Airegin", uno siente que la banda entera se mueve como un solo organismo. Jones y Garland construyen una arquitectura rítmica tan intrincada que por momentos parece un diálogo paralelo al tema principal. Chambers, por su parte, ancla todo con una elegancia que no necesita protagonismo. Y en medio de ellos, Miles mantiene la calma, dirigiendo con el sonido más limpio y contenido del jazz de su época.

Coltrane, todavía bajo la influencia de Miles, muestra destellos de su futura grandeza. En "Blues by Five", su fraseo tiene ya esa tensión casi espiritual que años después incendiaría A Love Supreme. Pero aquí aún conversa con el grupo, responde a los silencios de Davis, se deja empujar por Jones. Es un Coltrane que se está formando, y eso hace que cada frase tenga algo de descubrimiento.

Una fotografía del jazz en movimiento:


Cookin’ es, en esencia, una instantánea del jazz a mediados del siglo XX, cuando el bebop comenzaba a mutar en hard bop y el género se preparaba para la modernidad. Davis, sin saberlo, estaba poniendo los cimientos de lo que vendría: el fraseo modal, el uso del espacio, la búsqueda del tono como vehículo emocional más que técnico.

Miles Davis – trompeta, director de orquesta Paul Chambers – contrabajo John Coltrane – saxofón tenor (excepto en 1) Red Garland – piano Philly Joe Jones – batería

Cada tema es una conversación entre tradición y futuro. En "My Funny Valentine", Miles Davis parece mirar hacia atrás, hacia la pureza melódica de los standards; en "Tune Up", mira hacia adelante, hacia la simplicidad estructural que más tarde definiría su obra más famosa. Y en medio de todo eso, Cookin’ revela la clave de su genio: la capacidad de hacer que lo complejo suene fácil, y lo técnico, natural.

Por qué sigue siendo bueno hoy:


Escuchar "Cookin’ with the Miles Davis Quintet" hoy no es un ejercicio de nostalgia, sino un recordatorio de cómo suena la verdad cuando se toca sin pretensión. No hay trucos, no hay efectos, solo cinco músicos comunicándose con una honestidad que todavía conmueve.

El álbum es también una lección de confianza: en el instinto, en la escucha, en el tiempo. En una era donde la música puede editarse infinitamente, donde la perfección digital borra las huellas humanas, este disco recuerda que el error, la respiración o la pausa también son parte del arte.

Disco recomendado


Si alguien me preguntara por dónde empezar con Miles Davis, probablemente no elegiría "Kind of Blue", al menos no todavía. Le daría Cookin’. Porque aquí está el origen del fuego. Es un álbum que no necesita contexto para sentirse vivo, un testimonio de cuando el jazz todavía olía a sudor, a humo de club y a noches infinitas.

Recomiendo escucharlo entero, sin interrupciones, con las luces bajas y los oídos abiertos. No solo porque es una pieza esencial del jazz moderno, sino porque, cada vez que suena, recuerda algo que nunca deberíamos olvidar: que la buena música, cuando se toca desde el alma, no envejece. Solo sigue a fuego lento.

Video del tema "My Funny Valentine":

Tracklist (LP):

Cara A:

1. "My Funny Valentine" Richard Rodgers 6:04
2. "Blues by Five" Miles Davis 10:23

Cara B:

1. "Airegin" Sonny Rollins 4:26
2. "Tune Up / When Lights Are Low" Miles Davis / Benny Carter, Spencer Williams 13:09

Banda:

  • Miles Davis – trompeta, director de orquesta
  • Paul Chambers – contrabajo
  • John Coltrane – saxofón tenor (excepto en 1)
  • Red Garland – piano
  • Philly Joe Jones – batería

THE UNDERTONES - The Undertones - Album (Revisited)

Recuerdo escuchando The Undertones, y sentí que era algo más que un disco de punk: era una fotografía en movimiento de lo que significa tener diecisiete años y querer devorarlo todo. Ningún artificio, ninguna pose, solo un grupo de chicos de Derry (Irlanda del Norte) tocando como si la felicidad dependiera de cada acorde. Su debut de 1979 del mismo nombre no solo capturó el espíritu de una generación, sino que devolvió al punk algo que empezaba a perderse: la inocencia. Quiero recomendarlo en este blog de música a los lectores.

ALBUM: The Undertones 


Pocas cosas transmiten tanta vida como los primeros segundos de "Family Entertainment". Un rasgueo de guitarra, una batería que entra como un latido nervioso y la voz temblorosa de Feargal Sharkey abriendo paso a media hora de pura electricidad juvenil. Desde ahí, el debut de The Undertones no te da tregua. Cada canción parece escrita con la urgencia de quien no sabe si mañana seguirá aquí, pero mientras tanto quiere gritar, bailar y enamorarse.

THE UNDERTONES - The Undertones - Album

Lo escucho de nuevo y no puedo evitar sonreír. No por nostalgia, sino por gratitud. Porque pocas veces un grupo nacido en un entorno tan áspero logró sonar tan libre, tan luminoso, tan despreocupado. En plena Irlanda del Norte, donde las bombas y los cortes de carretera eran rutina, The Undertones decidieron escribir canciones sobre otra cosa: el deseo, el rechazo, la confusión y el gozo adolescente. Mientras otros gritaban contra el sistema, ellos simplemente querían cantar sobre cómo sobrevivir un sábado por la noche.


De un garaje a un contrato discográfico:


Todo empezó en los barrios de Creggan y Bogside, donde John y Damian O’Neill, Mickey Bradley, Billy Doherty y Feargal Sharkey se reunían para tocar versiones de los Beatles o los Small Faces en el cobertizo de un vecino. Eran adolescentes con pocas salidas de ocio, y el punk de 1976 les ofreció una vía de escape: tres acordes bastaban para construir un mundo propio. Así nació The Undertones, y con ellos, una pequeña escena local que encontraba su refugio en el Casbah, un club levantado sobre las ruinas de un edificio bombardeado.

En 1978 grabaron un EP con cuatro canciones, entre ellas "Teenage Kicks", por apenas 200 libras. Aquella pequeña joya de dos minutos y medio cruzó el mar gracias a John Peel, el legendario DJ de la BBC, que no solo la convirtió en su canción favorita, sino en un símbolo. Fue también la chispa que atrajo a Seymour Stein, presidente de Sire Records, que viajó a Derry y los fichó de inmediato. Lo que vino después fue vertiginoso: Top of the Pops, giras por Reino Unido y Estados Unidos, y un álbum grabado en menos de cuatro semanas en Eden Studios, Londres.

El punk y el pop - rápido, brillante y contagioso:


The Undertones es un álbum que no pretende reinventar nada. Pero ejecuta a la perfección una idea: devolver la sencillez, la melodía y el humor al rock. Dieciséis canciones (del LP relanzamiento de 1979) que suenan como si el mundo fuera a acabarse al día siguiente y la única forma de resistir fuera tocar más rápido.

Desde los primeros acordes de "Family Entertainment" se siente esa mezcla irresistible de urgencia y alegría. Las guitarras suenan crujientes, casi ingenuas, pero llenas de intención. Billy Doherty marca el pulso con una batería seca y precisa, mientras el bajo de Mickey Bradley sostiene el ritmo con esa vitalidad que recuerda al primer Kinks o a The Who de "My Generation". Y sobre todo, está la voz inconfundible de Feargal Sharkey: nasal, nerviosa, con ese temblor que convierte lo cotidiano en épico.

En "Girls Don’t Like It" aparece algo esencial en el ADN del grupo: la ironía. Las letras, siempre desde la perspectiva de chicos que intentan entender a las chicas (y fracasan con encanto), oscilan entre la torpeza y la ternura. "Jimmy Jimmy" va más allá, abordando la soledad y el suicidio juvenil, pero sin caer en el dramatismo. Hay una tristeza encubierta bajo el tono luminoso, como si la música sirviera para mantener a raya lo oscuro.

Las influencias se sienten, pero nunca pesan. Está el pulso de los Ramones, el desenfado de los Buzzcocks, la melancolía melódica de los Beatles y algo del glam de T. Rex. Roger Bechirian, productor del disco, logra que todo suene directo, sin adornos, pero con una claridad que resalta la frescura de cada instrumento. No hay espacio para solos extensos ni para el virtuosismo: cada canción es un fogonazo que dice lo justo y desaparece.

"Teenage Kicks": el instante perfecto:


Y luego está el single "Teenage Kicks". No hay mucho que añadir a lo que ya se ha dicho, pero cada vez que suena sigo sintiendo lo mismo: ese golpe de adrenalina que no se disipa. Dos guitarras, bajo, batería, una voz que parece al borde de romperse, y una melodía tan simple que parece que siempre estuvo ahí, esperando a ser descubierta.

"I need excitement and I need it bad / And it’s the best I ever had". Esa línea no solo define una generación; resume el pulso interno del rock desde los años cincuenta. La canción no protesta contra nada, no aspira a cambiar el mundo: celebra el hecho de estar vivo y de sentir algo tan intensamente que duele. Quizá por eso John Peel la amó tanto. Porque, como todo clásico, "Teenage Kicks" no pertenece a una época sino a un estado del alma.

Cuando escucho ese solo breve, rasposo y dulce, entiendo por qué este disco es un recordatorio de lo que el punk significó realmente: un retorno a la inocencia, al impulso de tocar sin permiso, al deseo de escapar aunque sea por tres acordes.

Video del tema "Teenage Kicks":


 Lo que el disco nos dice hoy:


Escuchar The Undertones hoy tiene algo casi terapéutico. En una era donde la música popular tiende a la hiperproducción y a la ansiedad de la perfección, este álbum suena como un soplo de aire fresco. No hay nada calculado, ni grandes declaraciones políticas ni pretensiones artísticas. Solo un grupo de chicos intentando capturar su juventud antes de que desaparezca.

Pero eso, precisamente, es su mensaje más profundo. En un contexto como el de Irlanda del Norte en los setenta, una tierra marcada por la división, la violencia y la desconfianza, escribir canciones sobre amores de instituto y tardes de verano era, en sí mismo, un acto de resistencia. Rechazar el odio y cantar sobre la vida cotidiana era otra forma de decir: “también merecemos alegría.”

Esa es la paradoja más hermosa del disco: nació en un lugar roto, pero suena como si todo estuviera por arreglarse. The Undertones nos recuerda que el rock, desde sus raíces, siempre ha sido un idioma de libertad adolescente. Como en los cincuenta con Elvis o Buddy Holly, o como en el 76 con los Ramones, la esencia sigue siendo la misma: ritmo, deseo y un poco de caos para sobrevivir a la rutina.

Un legado que sigue:


Con el tiempo, The Undertones evolucionaron hacia terrenos más pop y soul, pero su debut quedó como un manual perfecto de lo que significa escribir canciones sinceras. En treinta y cinco minutos, redefinieron el punk desde la alegría y demostraron que la honestidad también puede ser revolucionaria. Bandas posteriores como Green Day, The Vaccines o The Pains of Being Pure at Heart heredaron ese mismo impulso: hacer del ruido algo melódico y del desamor una fiesta.

Por qué volver a escucharlo:


Hay discos que uno escucha para entender una época, y otros que escucha para sentirse vivo. The Undertones pertenece a la segunda categoría. No necesitas haber crecido en Derry ni haber vivido el punk para disfrutarlo: basta con recordar cómo se siente tener diecisiete años y pensar que el mundo empieza y termina en una canción.

Su sencillez es su fuerza. Cada riff, cada "doo-doo-doo" de los coros, cada golpe de batería, parecen decirnos que la felicidad también puede ser un acto breve, imperfecto, pero sincero. En tiempos de cinismo, ese mensaje vale oro.

Disco recomendado


Si nunca lo has escuchado, pon The Undertones de principio a fin, sin pausas. Deja que "Family Entertainment" te despierte, que "Jimmy Jimmy" te acelere el pulso, que "Here Comes the Summer" te robe una sonrisa, y cuando suene "Teenage Kicks", sube el volumen sin culpa. Es un viaje corto, pero inolvidable: un recordatorio de que el rock nació para hacernos sentir vivos, aunque solo sea por tres acordes y una canción perfecta.

Video del tema "Family Entertainment":

Tracklist - LP Oct. 1979 relanzamiento:

Cara A:

1. "Family Entertainment" 2:37
2. "Girls Don't Like It" 2:19
3. "Male Model" 1:54
4. "I Gotta Getta" 1:53
5. "Teenage Kicks" 2:28
6. "Wrong Way" 1:23
7. "Jump Boys" 2:40
8. "Here Comes The Summer" 1:45

Cara B:

1. "Get Over You" 2:46
2. "Billy's Third" 1:57
3. "Jimmy Jimmy" 2:41
4. "True Confessions" 1:52
5. "(She's A) Runaround" 1:49
6. "I Know a Girl" 2:35
7. "Listening In" 2:24
8. "Casbah Rock" 0:47