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GEESE - Getting Killed - Album

A veces te encuentras un disco que no encaja en ninguna expectativa previa. No llega para confirmar lo que ya sabías sobre una banda y tampoco para repetirse, sino para obligarte a escuchar de otra manera. Así es con "Getting Killed" de Geese, un álbum que no pide permiso para ser extraño, intenso y cambiante. Lo descubrí sin buscarlo y terminó capturándome por su honestidad cruda, por su manera de abrazar el caos sin perder nunca la dirección. Ese desconcierto inicial, lejos de alejarme, me llevó a querer entender de dónde salía un disco así y por qué sonaba tan vivo. De esa necesidad nace este post, una invitación a adentrarse en un trabajo que descoloca y fascina a partes iguales.


ALBUM: Getting Killed


Este álbum no busca ser elegante ni redondo, sino mostrar sin filtros lo que pasa por dentro. "Getting Killed", el nuevo álbum de Geese, entra exactamente en esa categoría. Desde el primer minuto deja claro que la banda ha decidido tensar todas sus costuras y abrir un espacio nuevo dentro del rock alternativo contemporáneo, un espacio donde el caos convive con la belleza y donde cada canción parece al borde del colapso, pero nunca pierde el control del todo. Ese desajuste deliberado es, paradójicamente, lo que hace que el álbum funcione.

GEESE - Getting Killed - Album (2025)

Cómo nació un álbum:


Para entender "Getting Killed", conviene mirar el contexto que lo originó. Geese llegaban de un cambio importante: la salida de su guitarrista fundador, Foster Hudson, a finales de 2023. El grupo, que arrancó como un quinteto de adolescentes ambiciosos, se quedó en cuarteto, con Cameron Winter asumiendo más peso en las guitarras y con Emily Green, Dominic DiGesu y Max Bassin obligados a redefinir su manera de crear juntos.

En paralelo, Winter había sorprendido a todos con su disco en solitario, Heavy Metal, que salió en diciembre de 2024 sin grandes expectativas y acabó convirtiéndose en un pequeño fenómeno crítico. Ese "accidente" de éxito le dio una confianza inesperada y, según él mismo ha contado, la libertad para plantear "Getting Killed" como un álbum más ruidoso, más directo, más tenso. Como si necesitara demostrar que la vulnerabilidad íntima de su trabajo solista también podía convivir con el desorden eléctrico del grupo.

La llegada del productor "Kenny Beats" o Kenneth Blume, terminó de encender la mecha. Blume conoció al grupo casi por azar, se obsesionó con ellos, y al escuchar el proyecto en solitario de Winter entendió que había una lógica interna en ese caos que, de primeras, le parecía inabarcable. Su papel fue crucial: dejó respirar las imperfecciones, convirtió los errores en textura y empujó a la banda hacia un sonido más crudo y repetitivo, casi ritual.

Geese - banda

No es menor que gran parte del disco se grabara mientras Los Ángeles ardía por los incendios de invierno. La banda encerrada en un estudio aislado, improvisando largas sesiones mientras afuera todo ardía. Ese ambiente se nota. El álbum huele a humo, ansiedad y urgencia.


Un sonido entre lo caótico y lo adictivo:


Hablar del sonido de "Getting Killed" es aceptar que no pertenece a un único estilo. Si algo define a Geese es precisamente su incapacidad, voluntaria, para encajar en una etiqueta. Este álbum navega entre el art-rock, la energía del no wave, los grooves del soul y el funk, el vértigo del post-punk y hasta guiños al rock sureño que ya habían explorado en 3D Country, aunque aquí retorcidos hasta lo irreconocible.

La apertura con "Trinidad" es una bofetada deliciosa. La batería de Bassin funciona como un corazón acelerado, el bajo se retuerce como si intentara escapar de sí mismo y la guitarra de Green lanza chispazos que parecen nacer de un cortocircuito. La aparición vocal de JPEGMAFIA añade una intensidad que roza lo maniático. Winter alterna súplicas, graznidos y un tono a medio camino entre un predicador en crisis y un actor que se queda sin aire. Es un comienzo desconcertante y vibrante que deja claro que no habrá concesiones.

Después llega "Cobra", que actúa como un respiro luminoso. Aquí el grupo logra un equilibrio precioso entre la dulzura melódica y un pulso rítmico con aires de soul sesentero. Winter canta con una calidez inesperada que recuerda, por momentos, al primer Damon Albarn o incluso a Beirut en su manera pastoral de estirar las vocales.

"Husbands" demuestra otro registro: un canto extraño y contagioso, sostenido por una batería metronómica y guitarras sinuosas que podrían haber salido de un disco perdido de John Frusciante. Es un tema que arranca en una aparente sobriedad y termina convertido en un himno retorcido, casi espiritual.

En "100 Horses", uno de los grandes momentos del disco, el grupo abraza una estética bélica, casi cinematográfica. Winter canta desde la perspectiva de un general en tiempos de guerra, con frases que suenan inquietantemente contemporáneas. La canción combina funk oscuro, repetición hipnótica y un estribillo mentalmente corrosivo.

El álbum también se permite respiraciones íntimas, como "Au Pays du Cocaine", una balada frágil, casi transparente, donde Winter se deja llevar por una calma tensa. Es uno de los momentos donde más se nota la influencia emocional de su disco solista, esa vulnerabilidad que asoma entre las disonancias.

"Taxes", por su parte, es un híbrido perfecto entre desesperación y euforia. Es un tema que habla de culpa, de errores, de resentimiento propio, pero lo hace con un ritmo que podría encajar en un festival a plena luz del día. Es quizá el mejor ejemplo de esa dualidad que atraviesa todo el álbum: la alegría dentro de la tragedia.

Y el cierre, "Long Island City Here I Come", es una despedida contemplativa que crece como una ola. Winter lanza frases casi teatrales, entre lo profético y lo absurdo, mientras la banda construye un crescendo que parece no terminar nunca. Es un final que no ofrece respuestas, solo una sensación de movimiento constante. Esa frase repetida: "Nobody knows where they’re going except me", puede sonar arrogante o desesperada, pero sobre todo suena humana.


Ansiedad colectiva y el deseo de bailar:


Escuchar "Getting Killed" es aceptar que vivimos en un tiempo de contradicciones permanentes. Las canciones hablan de bombas, de miedo, de identidad líquida, de culpa, de guerra, pero también de amor, de celebración y de una rara forma de esperanza. Todo está teñido de humor oscuro, de ironía y de una teatralidad que nunca resulta forzada.

Geese consigue algo que no es habitual: reflejar la ansiedad contemporánea sin convertirse en un lamento monocromático. Hay angustia, sí, pero hay ritmo. Hay gritos, sí, pero también hay melodías luminosas. Es un disco lleno de vida, incluso cuando describe momentos de auténtico derrumbe emocional.

En cierto modo, "Getting Killed" captura mejor que muchos otros álbumes recientes esa sensación de vivir conectados a demasiadas pantallas, a demasiadas expectativas, a demasiados miedos que no sabemos gestionar. Es un disco que se mueve como una mente hiperestimulada, saltando entre ideas sin transición, pero encontrando conexiones secretas entre todas ellas.

Por qué mola:


Creo que "Getting Killed" funciona tan bien porque no pretende ofrecer verdades reveladoras ni grandes declaraciones generacionales. Funciona porque es honesto en su desorden y profundamente humano en su vulnerabilidad. La producción de Kenny Beats, tan presente como invisible, potencia esa autenticidad permitiendo que la banda respire, se equivoque, improvise y deje que la música se acerque a un estado casi ritual.

Geese ya no suenan como una banda joven buscando su identidad. Suenan como un grupo que ha aceptado que su identidad es precisamente el movimiento, la fuga, el no quedarse quietos en ningún sitio. Ese es, quizás, el mayor logro del disco: recordarnos que no hace falta encontrar una forma final para tener algo que decir.

Disco recomendado


Si buscas un álbum de rock que te saque de la rutina, que te deje pensando y que, además, te haga mover el cuerpo, te recomiendo escuchar "Getting Killed". No es un disco fácil, ni pretende serlo, pero tiene una energía tan genuina que resulta imposible apartarse de él. Geese han conseguido crear un álbum que no solo merece atención, sino que exige una escucha completa, de principio a fin, porque solo entonces revela toda su extraña coherencia.

En un panorama musical lleno de producciones impecables y previsibles, "Getting Killed" ofrece algo que cada vez cuesta más encontrar: carácter. Un carácter bruto, impredecible y profundamente vivo. Y eso, hoy, me parece un lujo.

Video del tema "Getting Killed":

Tracklist:

1. "Trinidad" 3:44
2. "Cobra" 3:05
3. "Husbands" 4:08
4. "Getting Killed" 4:44
5. "Islands of Men" 5:54
6. "100 Horses" 3:46
7. "Half Real" 3:22
8. "Au Pays du Cocaine" 3:30
9. "Bow Down" 3:28
10. "Taxes" 3:17
11. "Long Island City Here I Come" 6:37

Geese:

  • Cameron Winter – voz, guitarra, teclados, producción, mezcla
  • Dominic DiGesu – bajo, producción
  • Emily Green – guitarra, producción
  • Max Bassin – batería, producción

Colaboradores adicionales

Kenny Beats – producción
JPEGMafia – voz adicional en "Trinidad"
Nick Lee – trombón en "Trinidad", "Islands of Men" y "100 Horses"
Aaron Paris – violín en "Trinidad", "Husbands" y "Bow Down"

NEW ORDER - Low-Life - Album (Revisited)

Vuelvo al disco "Low-Life" como quien regresa a un sitio que nunca termina de revelar todos sus rincones. Lo descubrí hace ya mucho tiempo, casi por accidente, y desde entonces se ha convertido en uno de esos discos que escucho para recordar por qué la música puede ser una compañía tan íntima. Sé que para muchos jóvenes "New Order" es un nombre que aparece en camisetas retro o en playlists nostálgicas, pero "Low-Life" merece algo más que una escucha distraída. Es el álbum donde la banda encuentra su voz definitiva, donde lo emocional y lo electrónico se entrelazan con una naturalidad que incluso ahora, en pleno siglo veintiuno, sigue resultando moderna. Si nunca te has sumergido en él, o si apenas conoces un par de canciones, quizá esta sea la oportunidad perfecta para descubrir un disco que no solo forma parte de la historia del rock y la música alternativa, sino que también puede tocarte muy de cerca.

ALBUM: Low-Life


Escuchar "Low-Life" hoy todavía produce esa mezcla de asombro y familiaridad que solo aparece cuando un disco captura, sin proponérselo, el momento exacto en el que una banda cambia para siempre. No hay prólogo ni advertencia: desde los primeros segundos, se siente que New Order está dejando atrás algo muy pesado y entrando en un territorio que no había sido transitado por nadie en 1985. No es simplemente un álbum que consolida una transformación; es el sonido de un grupo aprendiendo a ser otro sin romper con quien fue.

NEW ORDER - Low-Life - Album

Quizá por eso sigo volviendo a él: porque "Low-Life" no busca perfección, sino vida. Y la vida, como sabemos, siempre va acompañada de cierta tensión, un pulso que late entre guitarras y sintetizadores, entre voces tímidas y bajos que parecen hablar por sí solos. Es un disco que mira a la pista de baile, pero también al suelo. Que se mueve hacia adelante aunque siga arrastrando preguntas del pasado.

El origen de una metamorfosis:


El contexto importa, y en New Order siempre importó más de lo que ellos mismos reconocían. En 1985 todavía era imposible separar del todo a la banda de la sombra de Joy Division. Ian Curtis estaba ausente, sí, pero seguía habitando una esquina silenciosa de cada decisión. Los primeros años fueron una especie de búsqueda a tientas, con destellos de brillantez en singles como Temptation o Confusion, pero sin un verdadero mapa para un álbum completo.

"Low-Life" llega cuando esa búsqueda empieza a tomar forma. Grabado en Jam Studios, en Londres, durante un invierno que parecía arrastrar la tensión política de la época, con el país dividido, el gobierno de Thatcher endurecido y una sensación de pre-Orwell en el aire, el disco se cocina entre noches de club, viajes transatlánticos, tecnología todavía caprichosa y una banda que por fin empieza a confiar en su propio instinto.

Y hay algo casi simbólico en que este fuera el primer álbum en el que aparecieron fotografías de los cuatro miembros. Peter Saville las envolvió en una capa de papel vegetal traslúcido, como si el grupo quisiera mostrarse y a la vez protegerse. Era una forma elegante de decir: estamos aquí, pero seguimos siendo vulnerables.

El sonido de una nueva identidad:


La entrada de "Low-Life" es una declaración: "Love Vigilantes", con su melodía luminosa y ese guiño inesperado al folk, rompe cualquier expectativa previa. No es el típico comienzo de un álbum de New Order, y quizá por eso funciona tan bien. La melodía de melódica se clava como una historia que necesita ser contada, y de hecho Bernard Sumner cuenta aquí una historia completa, casi cinematográfica, de regreso, pérdida y duda existencial.

NEW ORDER

En lo musical, el disco se mueve en un equilibrio frágil pero sorprendentemente firme. La electrónica ya no es un experimento; es un lenguaje. Los sintetizadores y secuenciadores están por todas partes, pero nunca ahogan a las guitarras. El bajo de Peter Hook sigue siendo una columna vertebral melódica, y su papel en canciones como "Sunrise", quizá la más salvaje del álbum, demuestra que New Order no había olvidado cómo sonar orgánicos.

"The Perfect Kiss" es el corazón palpitante del disco. Y es imposible escucharla sin pensar en toda la historia que carga encima. El nacimiento improvisado en directo, el caos hermoso de las primeras versiones, la mezcla de humor absurdo y ambición. Su edición del álbum, más contenida que el single de 12 pulgadas, mantiene intactos los destellos más extraños: los golpes de batería electrónica, los sintetizadores que parecen respirar y, por supuesto, los inolvidables sonidos de ranas.

Esa mezcla de sublime y ridículo, de elegancia y riesgo, es exactamente lo que hace que "The Perfect Kiss" funcione como una obra maestra dentro y fuera del contexto del álbum.

Video del tema "The Perfect Kiss":

Sombras largas, luces nuevas:

Si hay una canción que ha envejecido de forma casi sobrenatural, esa es "Elegia", unas de mis favoritas. Su atmósfera es como una herida que no ha cicatrizado del todo. Siempre me pareció una pieza cercana a una banda sonora íntima, como si New Order hubiese querido componer un paisaje emocional más que una canción. Se ha dicho mil veces que está dedicada a Ian Curtis, aunque sus autores lo niegan. Y quizá ahí esté su fuerza: no es un homenaje explícito, sino un eco. Una resonancia emocional que nace del propio peso de la historia de la banda.

En "This Time of Night" y "Sub-culture" se siente la vida nocturna que rodeaba la grabación: los clubes londinenses, la estética leather, el anonimato brillante que ofrecen ciertas madrugadas. Hay una energía casi líquida, como si las canciones se hubieran compuesto caminando por calles húmedas, iluminadas por neones y por la promesa de algo que nunca llega del todo.

"Sooner Than You Think" y "Face Up" muestran otra cara del disco: una luminosidad torcida, divertida, incluso juguetona. Son canciones que respiran con más ligereza, como si New Order quisiera recordarse a sí mismos que la experimentación no tiene por qué ser solemne.

Un disco que habla de nosotros:


Lo que más admiro de "Low-Life" es su humanidad. En 1985, cuando los sintetizadores podían convertir cualquier emoción en plástico, New Order logró que lo electrónico sonara íntimo. No hay grandilocuencia ni artificio: hay torpeza, hay dudas, hay una ternura escondida en la voz de Sumner que no pretende ser virtuosa ni perfecta.

Quizá ese sea el secreto que diferencia a New Order de otras bandas de su tiempo. La electrónica no aparece como un disfraz ni como un ejercicio de estilo, sino como una herramienta para expresar algo muy humano: la fragilidad, la euforia, la nostalgia, la sensación de estar a medio camino entre lo que uno quiere ser y lo que uno fue.


Low-Life sigue siendo importante:


Décadas después, el álbum sigue sonando vivo. No envejece, sino que muta. Cada escucha revela un gesto nuevo, un detalle escondido, una emoción que quizás no habías percibido antes. Low-Life marcó el inicio de una etapa imperial para la banda, abrió puertas para generaciones enteras de músicos que entendieron que la pista de baile también podía ser un espacio emocional y demostró que la experimentación no está reñida con la cercanía.

Pero más allá de cualquier perspectiva histórica, vuelvo a este disco porque me recuerda algo sencillo: la música puede curar sin prometerlo. Puede acompañar sin preguntar. Puede darte un lugar, aunque ese lugar exista solo durante los cuarenta minutos que dura una cara A y una cara B.

Disco recomendado


Si nunca has escuchado "Low-Life", hazlo sin prisa. Déjate arrastrar por sus contradicciones, por sus claroscuros, por sus melodías que parecen flotar entre lo humano y lo digital. Es uno de esos álbumes que no solo definen a una banda, sino también a una forma de sentir la música. Y si ya lo conoces, vuelve a él: siempre tiene algo nuevo que decir.

Video del tema "Elegia":

Tracklist (formato original LP):

Cara A:

1. "Love Vigilantes" 4:16
2. "The Perfect Kiss" 4:51
3. "This Time of Night" 4:45
4. "Sunrise" 6:01

Cara B:

1. "Elegia" 4:56
2. "Sooner Than You Think" 5:12
3. "Sub-culture" 4:58
4. "Face Up" 5:02

ADRIAN SHERWOOD - The Collapse of Everything - Album

The Collapse of Everything, el nuevo álbum en solitario de Adrian Sherwood, pertenece a esos discos que te obligan a bajar la velocidad, ajustar el volumen y dejar que el mundo exterior se quede un poco más lejos de lo habitual. No es un lanzamiento más dentro del calendario de novedades, sino el regreso de alguien que lleva décadas moldeando el sonido desde la trastienda y que ahora decide ponerse en primer plano para contarnos, a su manera, cómo suena este tiempo raro que vivimos. A continuación intento contar mi experiencia acompañando este trabajo durante días, escuchándolo de noche, en el metro, trabajando, dejando que sus ecos de guerra, duelo y esperanza se mezclen con la vida cotidiana. No es una guía técnica ni un análisis frío, es más bien una invitación a entrar en este pequeño universo dub, cinematográfico y emocional que Adrian Sherwood ha levantado sobre las ruinas.


ALBUM: The Collapse of Everything


El primer álbum en solitario de Adrian Sherwood en trece años (22 de agosto), suena como una herida que cicatriza y una erupción que llevaba demasiado tiempo acumulando presión. Cuando lo escuché tuve la sensación de que el productor británico había decidido, por fin, hablar con su propia voz después de más de una década dedicada a potenciar las de otros. Y lo que dice, lo dice desde un lugar que mezcla duelo, lucidez y un extrañísimo deseo de supervivencia.

ADRIAN SHERWOOD - The Collapse of Everything - Album (2025)

Este review no pretende diseccionar técnicamente un artefacto que, en esencia, está hecho para sentirse. Pretende contar qué ocurre cuando uno entra en ese mundo que Sherwood abre como si descorriera una enorme cortina pesada: un espacio cinematográfico, lleno de sombras, en el que los instrumentos parecen criaturas y la música un paisaje en perpetua tensión.


Un álbum de pérdida, memoria y la necesidad de volver:


Adrian Sherwood llevaba trece años sin firmar un disco propio. Desde "Survival & Resistance" en 2012, su vida había sido un ir y venir entre proyectos ajenos, colaboraciones y producciones: Horace Andy, African Head Charge, Creation Rebel, Panda Bear & Sonic Boom, incluso Spoon. A eso se suman las dos aventuras compartidas con Pinch, donde exploraba un dub oscuro y futurista que parecía mantenerlo lejos de la idea de “mi propio disco”.

ADRIAN SHERWOOD - productor

Entonces llegó la muerte:


Primero Mark Stewart, fundador de The Pop Group, una presencia esencial en la vida de Sherwood y autor de la frase que da título al álbum: "The Collapse of Everything". Más tarde, en 2024, Keith LeBlanc, su amigo y compañero de batalla en "Tackhead". Ambos aparecen en el disco, y su fantasma lo atraviesa. Adrain Sherwood los tenía delante mientras trabajaba, en forma de fotografías mirando hacia el estudio. "La gente vive en ti", decía en las entrevistas a los medios. Y es cierto: este disco es también una conversación con los que ya no están.

Esa energía, mezcla de duelo íntimo y derrumbe global, marca el espíritu de la obra. Pero lejos del dramatismo fácil o el lamento solemne, la música parece observar el caos con una mezcla de tristeza, ironía y una chispa de esperanza obstinada.

Un sonido de cine, polvo, metal y aire: 


Escuchar "The Collapse of Everything" es como atravesar un territorio que cambia a cada paso. No es un álbum lineal ni pretende serlo. Se siente más bien como una sucesión de escenas, como si Sherwood hubiese creado una película que no existe, pero cuya banda sonora respira vida propia.


La apertura:


El tema que abre da título al álbum con un tono casi orgánico. Hay flautas, piano y un bajo que late con calma, acompañado de un dub clásico que nunca desaparece del todo. No hay voces, solo rastros de algo humano. La sensación es la de estar viendo un lugar desde arriba, quizá un bosque, quizá una ciudad en ruinas, con la cámara suspendida en el aire. Más que una introducción, es una invitación a cruzar una frontera.

El choque: 

Luego llega "Battles Without Honour" and "Humanity", quizá el momento más feroz del disco. Es un tema tenso, casi bélico, donde los sonidos parecen mimetizar disparos, motores, pasos y amenazas. Sherwood lo construye como un pulso eléctrico lleno de graves que casi no se oyen, se sienten. Es un recordatorio de que el dub, en manos de un alquimista como él, puede ser un arma. No como metáfora, sino como vibración física.

Algo parecido ocurre con "The Well Is Poisoned (Dub)", donde Brian Eno aporta guitarras, ecos ascendentes y un aire amenazante que recuerda a Kid A y Amnesiac de Radiohead, pero trasladado a un clímax preapocalíptico en el que la Tierra parece suspender la respiración.

El guiño cinematográfico:

"Spaghetti Best Western" es un regalo para cualquiera que haya crecido viendo westerns. Adrian Sherwood invoca a Morricone sin imitarlo, mezclando armónica, guitarras reverberantes y un ritmo de trote que parece caminar sobre arena roja. Es humor negro, homenaje y distorsión a la vez. Si Tarantino fuese más dub y menos rock, esto sería suyo.

La belleza:

Hay temas que sorprenden por lo íntimos: "Body Roll" es casi un susurro, con aires de jazz nocturno, melodías de piano que caen como gotas y una tristeza suave que no hunde, sino que abraza. Es como estar en un bar vacío después del último cliente, mientras alguien limpia vasos y piensa en lo que ha perdido.

"Dub Inspector" es puro juego, una fantasía lounge que flota entre vientos, flautas y un fiscorno que parece canturrear. El disco, por momentos, se ilumina.

El clímax:

"The Great Rewilding" es una de las piezas más inquietantes y emocionantes. Hay percusiones que parecen animales electrónicos, pianos que entran como recuerdos borrosos, sonidos invertidos que dan la sensación de que el tiempo se pliega. Es un mundo que se reconstruye solo, como si la naturaleza quisiera ocupar de nuevo un espacio robado.

"Hiroshima Dub Match" cierra la herida con un tono de radiación poética, y "The Grand Designer" culmina el viaje como un rayo de luz que no borra lo vivido, pero señala hacia adelante.

Un disco que habla de nosotros:


Adrian Sherwood no hace sermones. Pero su música actúa como una especie de espejo distorsionado en el que se refleja el momento histórico que atravesamos: guerras, miedo, fragmentación social, tecnología que avanza más rápido que cualquier ética, y un planeta que parece pedir descanso.

ADRIAN SHERWOOD

El álbum sugiere una pregunta que no se formula, pero que se escucha entre líneas: ¿Qué hacemos nosotros mientras "todo se derrumba"? Y otra más: ¿Qué puede reconstruirse después del derrumbe?

Lejos de la oscuridad absoluta, Sherwood deja ver una chispa de vida. No es optimismo ingenuo, sino la convicción de que incluso en tiempos fracturados hay espacio para el asombro, para el humor, para el sonido que nos une aunque sea por unos minutos.

Un álbum que me gusta:


Porque no suena como nada que esté ocurriendo en el panorama actual, pero tampoco parece un artefacto vintage. "The Collapse of Everything" es música contemporánea en el mejor sentido, hecha por alguien que no se conforma con reciclar ideas. Es una obra de madurez creativa, pero también un gesto de libertad personal. Adrian Sherwood se permite explorar, jugar, llorar, deformar, recordar y proyectar. Y lo hace con la calma y la profundidad que solo tienen quienes no deben demostrar nada.

Es un disco que, como "My Life in the Bush of Ghosts" de Byrne y Eno o "Selected Ambient Works II" de Aphex Twin, invita más a entrar que a entender. Una obra que será revisitada dentro de años cuando queramos recordar cómo sonaba el mundo mientras intentaba recomponerse.

Disco recomendado


Si te interesa la música que construye paisajes, si te atraen los discos que dicen más con atmósferas que con palabras, si te gustan los álbumes que funcionan como películas sin imágenes, escucha "The Collapse of Everything". No es un disco inmediato, pero es de esos que se quedan en ti, que revelan capas nuevas en cada escucha y que convierten incluso el silencio en un lugar distinto.

Es, simplemente, uno de los trabajos más poderosos, conmovedores y humanos de Adrian Sherwood. Y un recordatorio de que, incluso cuando todo parece desmoronarse, la música puede abrir grietas por donde entra un poco de luz.

Video del tema "Spirits (Further Education)":


Tracklist:

1. "The Collapse of Everything" 3:53
2. "Dub Inspector" Sherwood 3:32
3. "The Well Is Poisoned (Dub)" Brian Eno 3:53
4. "Body Roll" 3:35
5. "Battles Without Honour and Humanity" 4:15
6. "Spaghetti Best Western" 4:33
7. "The Great Rewilding" 4:00
8. "Spirits (Further Education)" 3:24
9. "Hiroshima Dub Match" 3:54
10. "The Grand Designer" 3:08

Personal:

  • Adrian Sherwood – Producción, mezcla
  • Matthew Smyth – Ingeniería (todas las pistas), programación de batería (pista 5)
  • Frank Merritt – Masterización
  • Peter Harris – Diseño gráfico Guitarra, voz (6)
  • Doug Wimbish – bajo (1–4, 6, 9, 10)
  • Mark Bandola – guitarra (1, 4, 7, 9, 10), sintetizadores (2, 5, 8, 10), bajo (7)
  • Alex White – saxofón (2, 4), flauta (1, 4), órgano de lengüeta (4)
  • Cyrus Richards – piano, teclados (1, 2, 7)
  • Keith LeBlanc – batería (4, 8)
  • Chris Joyce – batería (7, 9)
  • Ivan "Celloman" Hussey – violonchelo (3, 8, 10)
  • Jazzwad – sintetizadores (5, 8)
  • Gaudi – sintetizador (2), piano (9)
  • Horseman – percusión (2, 10)
  • Brian Eno – guitarra, voz, efectos (3)
  • Dave Fullwood – fliscorno (2)
  • Alan Glen – armónica (6)
  • Crocodile – efectos

CHRISTONE "KINGFISH" INGRAM - Hard Road - Album

Hay artistas que no necesitan discursos previos para justificar por qué siguen interesando. Basta escuchar unos segundos de su música para entender que están construyendo algo propio, algo que respira pasado y presente al mismo tiempo. Christone "Kingfish" Ingram pertenece a ese grupo selecto. Su nuevo álbum, Hard Road, publicado el 26 de septiembre de 2025, no invita a recordar lo que el blues fue, sino a escuchar lo que puede ser hoy. A partir de aquí, quiero contarte por qué este disco merece una escucha atenta y qué he encontrado en él como oyente y amante del género.

ALBUM: Hard Road


"Hard Road", el nuevo álbum de Christone "Kingfish" Ingram, muestra a un músico que ha decidido crecer sin mirar atrás. Desde la primera escucha, se percibe la determinación de un artista que utiliza el blues no como refugio, sino como lenguaje para ordenar su propio camino. El joven "Kingfish" firma aquí su trabajo más personal, ambicioso y emocionalmente transparente.

CHRISTONE "KINGFISH" INGRAM - Hard Road - Album (2025)

Lo que más me llamo la atención al escucharlo no fue un solo de guitarra, ni un giro inesperado en la producción, sino la sensación de estar ante un músico que, después de un camino largo y complejo, decide por fin contarse a sí mismo sin filtros. "Hard Road" es eso: un retrato honesto de un artista que mira hacia atrás sin nostalgia, hacia adelante sin miedo, y que encuentra en el blues el idioma perfecto para ordenar todo lo que ha vivido.

Quién es Christone "Kingfish" Ingram:


Hablar de "Kingfish" es hablar de un hijo del Mississippi profundo que creció entre historias, leyendas y sonidos que se respiran más que se escuchan. Nació en Clarksdale, el mismo punto del mapa donde el mito sitúa a Robert Johnson vendiendo su alma, y donde Muddy Waters, Son House y John Lee Hooker moldearon la historia musical del siglo XX. Pero "Kingfish" nunca se vio aplastado por ese peso. Al contrario, lo asumió con naturalidad, como quien respira el aire de su propio barrio.

Christone "Kingfish" Ingram

Su formación en el Delta Blues Museum, su primera aparición en el escenario con Bill Howlin’ "Mad" Perry y aquel día en el que tocó para Michelle Obama siendo apenas un adolescente, forman parte del relato que ha acompañado a su meteórico ascenso. Pero lo que le convierte en algo más que un prodigio no es esa cronología, sino la capacidad de tocar la guitarra como si estuviera improvisando dentro de su propia memoria: cada fraseo, cada vibrato, cada silencio tiene el pulso de alguien que sabe escuchar el peso de una historia antes de contarla.

Desde Kingfish (2019) hasta el poderoso 662 (2021), pasando por el incendiario "Live in London", su progresión ha sido constante, siempre respaldada por figuras de la talla de Buddy Guy, Eric Gales o Keb’ Mo’. Y, sin embargo, "Hard Road" es el primer álbum en el que percibo a "Kingfish" mirando hacia dentro con la misma intensidad con la que siempre ha mirado a la tradición.

Un disco construido en movimiento:


Este álbum llega tras años de giras, pérdidas personales, mudanzas y aprendizajes. Christone "Kingfish" Ingram ya no vive en Clarksdale; ahora está en Los Ángeles, lejos del 662, pero con la mirada siempre puesta en su origen. La muerte de su madre, Princess, el salto profesional que supuso fundar su propio sello, Red Zero Records, y la inquietud por expandir su lenguaje musical fueron ingredientes esenciales para dar forma a "Hard Road".

Lo interesante es que el disco no nació en un solo estudio, ni con una sola intención. Se gestó entre Nashville, Santa Mónica, Memphis, Hollywood y Clarksdale, y se grabó con tres productores diferentes: Tom Hambridge, el gran socio creativo de Kingfish, Patrick “Guitar Boy” Hayes y Nick Goldston. Fue un proceso largo, casi en tránsito, como si cada ciudad añadiera una capa sonora distinta al resultado final.

Christone "Kingfish" Ingram confesó que al principio le aterraba la idea de integrar tantos géneros y enfoques; temía acabar con un álbum que sonara disperso. Pero esa preocupación desaparece al escuchar Hard Road, que es diverso, sí, pero siempre coherente. Todo lo que aparece aquí es "Kingfish", aunque lo muestre desde ángulos muy diferentes.

El sonido de Hard Road: 


Lo que me fascina de este disco es que consigue expandir el lenguaje del blues sin desdibujar su esencia. Si algo caracteriza a "Kingfish" es la capacidad de respetar la tradición mientras la empuja suavemente hacia adelante, y "Hard Road" es posiblemente su obra más ambiciosa en ese sentido.

La apertura del álbum, "Truth", es ya una declaración estética: un bajo profundo marcado, teclados que flotan entre el soul y el funk, una batería que sostiene el pulso sin invadir, y una letra que resume la identidad de Kingfish mejor que cualquier biografía. Escucharle cantar "my faith and my guitar was my only way out" es asistir a una confesión que transforma lo íntimo en universal.

En "Bad Like Me" y "S.S.S.", su voz adquiere un protagonismo inusual. Aquí, más que exhibir técnica, despliega carácter, un fraseo más cálido, más redondo, casi soul. Esa voz, siempre grave y terrosa, encuentra nuevos matices gracias a producciones más abiertas y contemporáneas. Y, sin embargo, cuando llega el turno de la guitarra, el sonido sigue siendo puro "Kingfish": líneas densas, sostenidas, cargadas de emoción.

"Nothin’ But Your Love" es una de las joyas del disco. Una balada suave, elegante, que recuerda a los momentos más íntimos de Prince, pero filtrada a través de la sensibilidad narrativa del blues. La guitarra en el solo, grabada en Memphis con una Stratocaster y un toque apenas sucio de pedal, es pura conversación.

En el extremo contrario está "Crosses", quizá el momento más incendiario del álbum, donde Christone "Kingfish" Ingram canaliza la electricidad de Hendrix sin caer en el homenaje explícito. Aquí el blues se estira hasta tocar la psicodelia y demuestra que la guitarra, en manos de Kingfish, sigue teniendo una capacidad expresiva que muy pocos artistas de su generación han sabido explorar.

"Back to L.A." tiene un aroma glam, un giro inesperado que sin embargo encaja con naturalidad. Clearly desliza un soul cálido y elegante en el que los teclados se mueven como si respiraran. "Standing on Business" se sumerge en un ambiente jazzy, nocturno, y "Hard to Love" vuelve a la energía del blues eléctrico con un "Kingfish" más desatado.

Y entonces llega "Memphis", el final perfecto: guitarra y armónica, sin artificios, un regreso al origen, un recordatorio de que, por mucho que explore otros territorios, "Kingfish" siempre vuelve al corazón del Delta.

Lo que cuenta Hard Road: 


Si tuviera que resumir el tema principal del álbum en una sola palabra sería claridad. "Hard Road" es un ejercicio de mirarse en el espejo sin idealizar nada. Habla de fama, sí, pero también de la soledad que la acompaña. Habla de amor, de rupturas, de identidad, de aprender a decir no. Habla, sobre todo, de seguir adelante aunque el camino no sea sencillo.

Christone "Kingfish" Ingram lo explica mejor que nadie: estas canciones son sobre aprender a verse con compasión, a reconocer la propia historia y a no esconderla. En un momento histórico en el que la música tiende a la inmediatez y al consumo rápido, que un artista tan joven decida entregarse a esta vulnerabilidad resulta profundamente valioso.

¿Por qué Hard Road?


Vivimos en un tiempo extraño para el blues: sigue siendo una raíz esencial de la música popular, pero rara vez ocupa el centro de la conversación. Christone "Kingfish" Ingram desafía esa tendencia, no por nostalgia, sino por convicción. Él demuestra que el blues sigue siendo un instrumento vivo para hablar de lo que somos, de nuestras luchas, de nuestros duelos, de nuestras pequeñas victorias.

"Hard Road" es importante porque actualiza esa tradición sin traicionarla. Porque acerca el blues a una generación que quizá nunca escuchó un disco de Albert King o de Koko Taylor. Porque recuerda que este género nunca fue solamente un estilo musical, sino una forma de estar en el mundo.

Disco recomendado


Si te interesa la música que nace de un lugar real, que mezcla raíces con riesgo, que respira historia pero late con urgencia contemporánea, "Hard Road" es un álbum para escuchar. No es solo el mejor trabajo de "Kingfish" hasta la fecha, es una de esas obras que te acompañan durante semanas, que regresan cuando no las buscas, que dejan huella.

Escúchalo con tiempo. Escúchalo con calma. Escúchalo con el corazón abierto. Y deja que Christone "Kingfish" Ingram te lleve por ese camino difícil que él ha aprendido a recorrer con una madurez y un talento que ya lo sitúan entre los grandes.

Video del tema "Truth":

Tracklist:

A1 Truth
A2 Bad Like Me
A3 S.S.S.
A4 Nothin’ But Your Love
A5 Crosses
A6 Voodoo Charm
B1 Back to LA
B2 Clearly
B3 Standing on Business
B4 Hard To Love
B5 Memphis

BLUR - The Ballad of Darren - Album (Revisited)

A veces vuelvo a escuchar un disco mucho después de su lanzamiento, no por nostalgia sino por curiosidad. Eso me ocurrió hace unos días con "The Ballad of Darren", el álbum que Blur publicó el 21 de julio de 2023, un regreso inesperado que en su momento celebré, pero que ahora, tras una escucha más atenta, siento de una forma completamente distinta. Algo en estas canciones se ha asentado, como si el tiempo les hubiera dado un peso nuevo. Fue esa sensación, esa mezcla de emoción reposada y descubrimiento tardío, la que me empujó a escribir sobre él y compartir con vosotros por qué este disco merece ser revisitado, redescubierto y, quizá para muchos, descubierto por primera vez.

ALBUM: The Ballad of Darren


Volví a "The Ballad of Darren" una tarde cualquiera, sin intención de buscar nada concreto y con la sensación, casi culpable, de haber dejado pasar demasiado tiempo sin escuchar de nuevo un álbum que en su día me dejó conmovido. A veces ocurre así: uno vuelve a un disco como quien regresa a una conversación pendiente. Y al reencontrarme con estas canciones, comprendí que debía escribir sobre él, que debía recomendarlo a quienes todavía no han descubierto la profunda belleza que Blur ha esculpido aquí.

BLUR - The Ballad of Darren - Album (2023)

Lo que más me sorprende de este regreso es la forma en la que la banda asume el paso del tiempo sin rebuscar atajos ni refugiarse en la nostalgia. "The Ballad of Darren" no intenta replicar la energía febril de Modern Life Is Rubbish ni las travesuras coloristas de Parklife. Al contrario, se mueve con una calma madura, con la claridad de quien ha vivido demasiado como para fingir otra cosa. Y, sin embargo, no pesa. No es un disco derrotado. Es un álbum que respira, que piensa, que observa y que, por momentos, consuela.

Cómo nació este álbum: 


La historia detrás del disco tiene algo de milagro cotidiano. Damon Albarn lo escribió en habitaciones de hotel, en salas de conferencias y en ciudades desconocidas durante una gira con Gorillaz. Es decir, lo compuso lejos de Blur, lejos del refugio emocional de su banda, y quizá por eso está atravesado por una sensación de desarraigo. Cuando regresó con esos bocetos, Graham Coxon, Alex James y Dave Rowntree se unieron a él en el estudio, como en los viejos tiempos, y ese detalle cambia todo. "The Ballad of Darren" no es una colección de ideas sueltas producidas con pulso automático. Es un disco trabajado juntos, en el mismo espacio, tocando, probando, conversando.

BLUR - banda - 2023

James Ford, que ya había colaborado con Albarn, produjo el álbum con una sensibilidad elegante y contenida. No empuja a Blur hacia una versión exagerada de sí mismos, sino hacia un sonido que respira serenidad, claroscuro y una luz tenue que le sienta de maravilla a estas canciones. Es un álbum pensado, pero no rígido. Es íntimo, pero no hermético.

Un grupo que se mira por dentro:


Lo primero que golpea es la delicadeza. "The Ballad", ese arranque casi silencioso, sostiene una tensión emocional sorprendente. El piano avanza sin prisa y Damon Albarn canta como si estuviera leyendo una carta que llevaba años guardada. Cuando Graham Coxon entra con su respuesta vocal, casi tímida, la canción se abre como si realmente estuviésemos presenciando una conversación entre dos viejos amigos que han encontrado una nueva forma de hablarse.

Después llega "St. Charles Square", que revienta la quietud con un riff nervioso, casi sucio, que recuerda a los días más descarados de Blur. Sin embargo, no es un intento de repetir el pasado. Hay algo más agreste, más febril, más 70s incluso. Es un tema que descoloca y, precisamente por eso, encaja tan bien. Necesitaba ese sobresalto para recordarme que Blur todavía sabe incomodar cuando quiere.

Entre esos dos extremos se mueve gran parte del disco. "Barbaric" desliza una melodía luminosa sobre un bajo que podría reconocerse al segundo como obra de Alex James, mientras Damon canta con una mezcla de resignación y lucidez. Hay un eco de Johnny Marr en las guitarras que le da un color otoñal precioso.

"Russian Strings" es mucho más frágil de lo que parece en una primera escucha. Su aparente sencillez oculta un movimiento emocional que va creciendo a lo largo del tema, como si la canción estuviera hecha de capas muy finas que solo se revelan cuando uno presta verdadera atención. Al principio la pasé por alto. Ahora me parece una de las más íntimas del disco.

Luego está "Goodbye Albert", una pieza que me atrapó desde la primera vez. Tiene algo de Bowie, no tanto por imitación como por espíritu. La voz de Damon Albarn se quiebra, pero no de manera teatral; se quiebra como se quiebra la voz cuando uno piensa en alguien que ya no está. La canción es una despedida sincera, sin grandilocuencias, y quizá por eso duele más.

"Avalon" y "Far Away Island" habitan otro territorio, uno más contemplativo, cargado de imágenes de distancia, viajes y un anhelo difícil de nombrar. Avalon, en particular, guarda ese tono de melancolía luminosa que Albarn domina desde hace años.

Y el cierre, "The Heights", es extraordinario. Comienza como un ascenso suave, casi como un despegue, y termina en un estallido de ruido blanco que se corta de golpe. Un final abrupto, pero profundamente simbólico: algo se apaga, algo desaparece, algo queda flotando.

Un disco que habla del tiempo, la memoria y de lo que se pierde:


Lo que conecta todo este álbum es la sensación de estar mirando atrás sin recrearse en el pasado. No hay nostalgia fácil. No hay guiños complacientes. Las letras de Damon Albarn son más directas que nunca y, al mismo tiempo, más abiertas a interpretación. Hay ecos de rupturas, de amistades desgastadas, de años que pasan sin pedir permiso. Es un disco que entiende la memoria como dolor, pero también como una forma de seguir vivo.

Blur no está haciendo un álbum para su público de los noventa. Está haciendo un álbum para ellos mismos, para la edad que tienen, para lo que han vivido. Y ahí, curiosamente, es donde conectan con cualquiera que escuche con atención: en esa manera honesta de aceptar las pérdidas, los vacíos y los cambios.

Blur - live - 2023

Por qué The Ballad of Darren mola:


En un momento en el que muchos grupos de su generación intentan reconstruir su viejo sonido para aferrarse a un lugar seguro, Blur hace justo lo contrario. Se arriesga a sonar frágil, maduro, íntimo. Se arriesga a no gustar a quien quiera otro Song 2. Este álbum funciona porque no intenta competir con su pasado, sino dialogar con él.

Musicalmente es elegante, emocionalmente es sincero y, como experiencia, se siente completamente actual. No es un disco que busca titulares. Es un disco que busca quedarse. Y lo consigue.

Disco recomendado


Si has crecido con Blur, este álbum te hará pensar en el tiempo, pero sin tristeza. Si nunca has escuchado a la banda, "The Ballad of Darren" es una manera perfecta de entrar en su universo desde un punto de vista más adulto y conmovedor. Es un álbum para escucharlo entero, con calma, sin prisas, dejando que sus canciones vayan entrando poco a poco.

Te lo recomiendo porque me ha acompañado en días de ruido y también en días de silencio. Porque es un disco que no grita, pero permanece. Y porque pocas bandas saben envejecer con tanta dignidad, tanta delicadeza y tanta verdad como Blur en este momento.

Video del tema "The Heights":

Tracklist:

1. "The Ballad" 3:37
2. "St. Charles Square" 3:55
3. "Barbaric" 4:09
4. "Russian Strings" 3:38
5. "The Everglades (For Leonard)" 2:56
6. "The Narcissist" 4:05
7. "Goodbye Albert" 4:17
8. "Far Away Island" 2:58
9. "Avalon" 3:05
10. "The Heights" 3:24

Blur:

  • Damon Albarn – voz principal, coros, teclados, piano
  • Graham Coxon – guitarra, coros, voz principal en «Sticks and Stones»
  • Alex James – bajo
  • Dave Rowntree – batería, coros

Músicos adicionales:

  • James Ford – teclados (pistas 1–6, 8, 10)
  • Izzi Dunn – violonchelo (1, 3, 5, 7, 8, 10)
  • Ciara Ismail – viola (1, 3, 5, 7, 8, 10)
  • Kotono Sato – violín (1, 3, 5, 7, 8, 10)
  • Sarah Tuke – violín (1, 3, 5, 7, 8, 10)
  • Alistair White – trombón (9)
  • Nichol Thompson – trombón (9)
  • Chris Storr – trompeta (9)
  • Danny Marsden – trompeta (9)

Técnico:

James Ford – producción