Hay discos que no se limitan a sonar: sacuden, transforman, dejan una huella indeleble. "The Stone Roses" pertenece a esa categoría. Más que un debut, fue una detonación creativa que cambió para siempre la forma en que entendimos el pop británico. Cuando lo vuelvo a escuchar, me encuentro con esa mezcla entre arrogancia juvenil y belleza inconformista, con una banda que no solo quería hacer canciones, sino historia, y sin quererlo. En este blog de descubrir música intento descifrar por qué aquel disco de 1989 sigue siendo, más que un hito, una declaración de independencia musical.
ALBUM: The Stone Roses
Hay momentos en la música en los que todo parece estar construyéndose hacia un solo disco, un momento donde convergen la ambición, la rebelión y la belleza pura. El debut homónimo de The Stone Roses, publicado el 2 de mayo de 1989, es uno de esos momentos. Es un disco que no solo definió una era; silenciosamente redefinió el reloj de la música británica a finales de los 80. Al escucharlo de nuevo hoy, décadas después, es imposible no percibir la arrogancia y la sinceridad de una banda convencida de que estaba destinada a ser algo más que la próxima gran estrella. Querían ser adorados, y por un tiempo, lo fueron.
El punto de inflexión de Manchester:
Para cuando la banda The Stone Roses se formó en Manchester en 1983, la ciudad estaba lista para una nueva voz. La Gran Bretaña de Thatcher había drenado gran parte de la vida del norte industrial; las fábricas cerraron y comunidades enteras quedaron atrás. La furia del punk se había desvanecido en synth-pop educado y el rock británico parecía haber perdido fuerza. The Stone Roses surgieron en ese vacío: cuatro chicos de clase trabajadora con un propósito definido y una confianza en sí mismos casi cómica. Ian Brown (voz), John Squire (guitarra), Mani (bajo) y Reni (batería) no solo tocaban juntos; se conectaban con los instintos del otro.
Esa confianza no estaba fuera de lugar. El limitado registro vocal de Brown se convirtió en una fortaleza inesperada; obligó a la banda a hacer que cada melodía contara, que cada ritmo fuera magnético. El productor John Leckie, quien había trabajado con artistas de todos los tamaños, desde Pink Floyd hasta los Dukes of Stratos, fue contratado para dar forma a sus ideas. Más tarde recordaría que el grupo "no sentía ninguna presión, simplemente sabían que eran buenos". Lo que les ayudó a crear en Battery Studios y Rockfield no fue un conjunto de canciones, sino un manifiesto.
"I Wanna Be Adored" – El evangelio según Ian Brown
El álbum abre con 40 segundos de silencio que se siente como una respiración profunda antes de la revelación. Luego llega el bajo de Mani, firme y grave, seguido de la percusión mesurada de Reni y la guitarra brillante de Squire. De la neblina, la voz de Brown se alza: "No tengo que vender mi alma, él ya está en mí". No es tanto arrogancia como profecía, el sonido de un joven que declara su renacimiento.
"I Wanna Be Adored" se convirtió en el himno de una generación de jóvenes desencantados. En el Manchester postindustrial, ese verso no hablaba de ego; trataba de supervivencia. Cada nota se siente como una llamada a la fe en una época donde la fe escaseaba.
Video del tema "I Wanna Be Adored":
Ganchos pop, energía rave y color psicodélico:
Lo que todavía me impresiona de The Stone Roses es su fluidez. Se mueve con fluidez entre el pop vibrante de los 60 y los ritmos vibrantes de una nueva cultura de la pista de baile. "She Bangs the Drums" es una explosión de optimismo, guitarra vibrante, bajo vibrante y la voz engañosamente informal de Brown. Podrías imaginarlo saliendo de una radio transistor en 1966 o del escenario principal de Glastonbury. Esa atemporalidad es el arma secreta del disco.
Luego llega "Waterfall", una canción que captura la libertad de escape. Bajo su brillante melodía se esconde algo más profundo: un discreto matiz político. Ian Brown dijo una vez que trataba sobre una mujer que se libera de la colonización cultural, un ataque poético a la americanización de la vida británica. Sin embargo, sus armonías son pura alegría, impulsadas por la intrincada digitación de Squire y la cálida producción de Leckie.
"Don't Stop" le da la vuelta a "Waterfall", literalmente, ya que la banda invirtió gran parte de la cinta original para crear un eco sobrenatural de la misma canción. Es el tipo de riesgo que solo correría un grupo que no teme al fracaso. Y funciona, prácticamente, como un vistazo a su lado más experimental.
Desafío y belleza:
Hay algo a la vez descarado y audaz en añadir una letra antimonárquica a la melodía de Scarborough Fair, pero "Elizabeth My Dear" logra precisamente eso. Con menos de un minuto de duración, es como si Simon & Garfunkel se hubiera adentrado en una revolución. "Desgarradme y hervir mis huesos / No descansaré hasta que ella pierda su trono", canta Ian Brown, medio susurrando, medio sonriendo con sorna.
A partir de ahí, "(Song for My) Sugar Spun Sister" y "Made of Stone" elevan el disco de nuevo. La primera es juguetona, casi romántica, con una melodía que se resiste a abandonar la cabeza. La segunda es algo completamente distinto, una pequeña obra maestra de atmósfera y control. Las líneas de guitarra de Squire brillan como el calor sobre el asfalto, el bajo de Mani lo mantiene todo en su lugar, y Brown ofrece su mejor interpretación, reflexionando sobre la belleza, la destrucción y la solitaria rebeldía del artista. Cada vez que vuelvo a escucharla, recuerdo por qué sigue siendo una de las canciones británicas más definitorias de su época.
I Am The Resurrection y las consecuencias:
Si "I Wanna Be Adored" representa el nacimiento de la banda, "I Am the Resurrection" es su sermón impío. Con más de ocho minutos de duración, comienza como una crítica mordaz a la traición antes de estallar en una eufórica coda instrumental que sigue electrizando. Es un final audaz, incluso temerario, a partes iguales de arrogancia y trascendencia. La banda quería terminar no con silencio, sino con ascensión, y de alguna manera lo lograron.
Sin embargo, esa sensación de ambición desbordante resultó ser una bendición y una maldición a la vez. Disputas legales con su sello Silvertone, tensiones internas y cambios en el clima musical retrasaron su siguiente álbum más de cinco años. Cuando finalmente llegó el álbum "Second Coming" en 1994, el mundo había avanzado. El britpop estaba en pleno apogeo, y todas las bandas, desde Oasis hasta The Verve, tenían una deuda con The Stone Roses. Pero los propios pioneros ya se habían fracturado.
Influencia que sobrevivió al momento:
Es fácil olvidar que The Stone Roses nunca fue un gran éxito tras su lanzamiento. Su leyenda creció lentamente, gracias al boca a boca, a conciertos legendarios, ninguno más grande que el de Spike Island en 1990, cuando 27.000 fans se reunieron en un campo embarrado para presenciar lo que parecía el comienzo de una nueva Gran Bretaña. En retrospectiva, ese concierto no fue solo un espectáculo; fue una declaración generacional.
El ADN del álbum se puede percibir en todas partes después: en la arrogancia de Oasis, la introspección de los primeros años de Radiohead, la fusión dance-rock de Primal Scream y The Charlatans, incluso en el resurgimiento indie de los 2000. Conectó guitarras y ritmos, entre rebeldía y romanticismo.
Al escucharlo hoy, lo que destaca no es la nostalgia, sino la artesanía. La producción de John Leckie ha envejecido bien; la edición remasterizada, lanzada para el vigésimo aniversario del álbum, solo profundizó los bajos, clarificó la percusión y reveló la textura tras la interpretación de Squire. Sigue sonando vivo, como grabado la semana pasada en un sótano a la luz de las velas.
Por qué es un disco de primera:
Para quienes lo descubren por primera vez, The Stone Roses puede que no suene radical. Ha sido absorbido por la música británica. Pero en 1989, fue una revolución silenciosa. Les dijo a los jóvenes de clase trabajadora que podían ser poetas y estrellas del pop. Conectó las pistas de baile del acid house con la escena guitarrística y devolvió la confianza a la música británica tras una década de inseguridad.
Hay cierta belleza en lo imperfecto de su sonido: las voces ligeramente desafinadas, las asperezas, la sensación de que todo podría derrumbarse en cualquier momento. Sin embargo, ahí reside su humanidad. No fue fabricado, fue vivido. El disco suena como un grupo de amigos en una habitación, atreviéndose a creer que pueden cambiar el mundo con una canción, y por un breve tiempo, lo lograron.
Disco recomendado
Cada vez que escucho The Stone Roses, recuerdo por qué perdura. No es solo nostalgia ni mito cultural. Es la combinación de simplicidad y ambición, de groove y gracia. Captura el espíritu de una Gran Bretaña que se reinventa, un lugar donde la arrogancia podía ser arte y la juventud aún podía sonar eterna.
Ya sea que busques el pulso hipnótico de "I Wanna Be Adored", la euforia alegre de "She Bangs the Drums" o la liberación espiritual de "I Am the Resurrection", este es un álbum que recompensa cada nueva escucha. Es a la vez una cápsula del tiempo y una declaración atemporal.
Décadas después, el debut de The Stone Roses todavía se siente como una resurrección, no solo de una banda, sino de la idea de que el rock podría volver a pertenecer al pueblo. Si nunca lo has escuchado completo, hazlo. Quizás te recuerde por qué te enamoraste de la música en primer lugar.
Video del tema "Made of Stone":
Tracklist:
1. "I Wanna Be Adored" 4:52
2. "She Bangs the Drums" 3:43
3. "Elephant Stone" 3:00
4. "Waterfall" 4:37
5. "Don't Stop" 5:17
6. "Bye Bye Badman" 4:04
7. "Elizabeth My Dear" 0:53
8. "(Song for My) Sugar Spun Sister" 3:25
9. "Made of Stone" 4:10
10. "Shoot You Down" 4:10
11. "This Is the One" 4:58
12. "I Am the Resurrection" 8:12
13. "Fools Gold" 9:53
The Stone Roses:
- Ian Brown – voz
- John Squire – guitarras y coros en "She Bangs the Drums"
- Mani – bajo
- Reni – batería, coros y piano en "She Bangs the Drums"
Producción:
- John Leckie – producción, e ingeniería de mezcla en "Elephant Stone"
- Peter Hook (New Order) – producción en "Elephant Stone"


No hay comentarios:
Publicar un comentario